La Alianza Francesa en Guatemala, con el apoyo de la Embajada de México y el Instituto Guatemalteco Americano, IGA, presentaron el jueves primero de octubre de 2009 en el Teatro Dick Smith, al trompetista francés Erik Truffaz, al experto mexicano en informática sonora y musical Fernando Corona (Murcof), asistidos por el meticuloso ingeniero de sonido Salvatore Dardano de Italia. En el concierto estuve acompañada de mi esposo Carlos-Rafael Pérez Díaz, de mi amigo Tasso Hadjidodou y de mis amigas Carmen Pérez Avendaño de González Goyri y de su hija Luisa Fernanda. Para mí Erik Truffaz es el alma, la conciencia, el ser… Y Murcof el tiempo, intuición, cronómetro perpetuo en el camino insondable de la existencia. Complementados los dos en ánima y compás, van creando con sus sonidos una música que dibuja en nuestras mentes aquellos sentimientos que nos causan tristeza, melancolía, desolación e incertidumbre ante una inmensidad indescriptible. Su propuesta cuestiona constantemente sobre la vida de las personas y su entorno, clepsidra de nuestros días. Esa música sensorial nos induce, es como imaginar piélagos, arenales desérticos en donde no se sabe qué oasis o muros se van a encontrar, en antagonismo con la ilusión. Se vive la muerte en la vereda de la realidad. Tal vez estos sonidos organizados con destreza por Murcof y Eric Truffaz son los que en algún momento tuvo la sensación de escuchar Dante Alighieri en su magnífica obra «La Divina Comedia» cuando describe sus pasos al entrar al infierno en el Canto primero: «Me separé del camino recto, de repente estaba perdido dentro de una selva oscura, áspera y espesa, cuyo recuerdo renueva mi temor, un temor más amargo que la misma muerte…» En el décimo octavo canto describe lo siguiente: «Hay un lugar en el averno, llamado Malebonge, construido de piedra y de color ferruginoso. Se vislumbra en el centro una funesta llanura en la que se abre un pozo ancho y profundo, está divido en diez valles o recintos cerrados, semejantes a los numerosos fosos que rodean a un castillo para la defensa de sus murallas… En el fondo estaban desnudos los impíos, es decir los pecadores.» El camino de Dante continúa junto a la música de Erik Truffaz y Murcof, y leemos lo siguiente en el Purgatorio: «Mis ojos se inclinaron hacia las limpias ondas; pero viéndome reflejado en ellas, los dirigí hacia la hierba, me cubrí de vergí¼enza ante las faltas cometidas por mis congéneres…» Pero de repente encontramos en el Paraíso un escape, al final de un camino seco y extraño. Los compases, secuencias y ritmos perfectamente dominados en el «software» de Fernando Corona (Murcof), y los sonidos electrónicos a partir de la trompeta acústica de Erik Truffaz, llevaron al público presente a un sostenido éxtasis musical, con eufonías orientales, dolientes y quejumbrosas, manifestando en ellas una aflicción, angustia o amargura existencial. Aun así estos sonidos dejan en el lapso de su tiempo un lugar para la esperanza y el consuelo ante la desesperación y la incomprensión de la coexistencia. La música de Erik Truffaz y Murcof me ha hecho recordar mi composición poética que figura en la contraportada de mi libro titulado «Esfera sin tiempo» que dice lo siguiente: «Imposible/ inquieta Psique/ interrogar/ a la incalculable/ inmensidad/ existe no existe/ sin preguntas/ sin respuestas/ existe no existe/ en continua explosión/ primitiva, silenciosa/ y en constante evolución./ Existe no existe/ en inmediata involución/ lentamente/ arrebatadamente/ y en un eterno compás./ Tromba de acontecimientos/ van naciendo van muriendo/ renaciendo en los confines/ del cósmico ritual/ de una/ Esfera sin Tiempo.»