Epistolario de Amor


Grecia Aguilera

Las historias de amor siempre rinden ambrosí­as. Son intensas, hay en ellas cierto suspenso que atraviesa el corazón haciéndolo vibrar. Hace tiempo encontré en un cofre un paquete amarrado con un cordón de color rojo; mi curiosidad se tornó inmensa, deseaba abrir ese paquete y saber qué contení­a. Corrí­ hacia la habitación de mi señora madre Marí­a del Mar y le pregunté si podí­a abrir el famoso paquete, pero al verlo Marí­a del Mar me dijo: «ya encontró las cartas…, guárdelas donde estaban.» Esta respuesta avivó más mi curiosidad. Insistí­ y le pedí­ que me dejara verlas sólo un momento, que no las iba a leer todas, sino solamente las que ella me autorizara… Entre tanto sí­ y tanto no, mi señor padre León Aguilera, preguntó qué significaba esa plática. Le contamos la situación. Luego se pusieron de acuerdo, y al final leí­mos juntos algunas de las cartas. Una de las misivas contení­a dentro de su sobre otro más pequeño en el cual descubrí­ los «Poemas secretos», que en algún momento escribiera León Aguilera a Marí­a del Mar. El Epistolario de Amor comenzó en el mes de abril de 1953. í‰l trabajaba en el famoso diario El Imparcial, ella en la United Fruit Company, en Tiquisate; el desafí­o: encontrarse en algún momento. Las horas se convertí­an en minutos diminutos, ligeros, inasibles y fugaces cuando estaban juntos. Y la separación llegaba. Pero sólo un adiós no era suficiente, en especial para el poeta enamorado; así­ que para comunicarse con ella durante los dí­as que no se veí­an, acudí­a al papel, redactándole a su amada extensas cartas de amor, escritas cada una de ellas con exquisita poesí­a. El noviazgo duró de abril a julio; León Aguilera le escribió setenta y cinco cartas; serí­an veinticinco por mes. Marí­a del Mar, durante el «Romance Epistolario», le contestó a este ramillete de hermosas epí­stolas de don León, ocho delicadas misivas, igual de idí­licas, sublimes y poéticas, siempre adornadas con un original dibujo hecho a mano por la amada poetisa. Qué amor más profundo, qué amor más intenso y apasionado, el que sentí­a León Aguilera, acrecentado al pasar los dí­as sin obtener respuesta. En una de las cartas escribe: «Quiero tus cartas, mi soledad se perfuma con ellas. Quiero tus cartas, a mi ansiedad son azules estrellas. Tus letras arden, tus letras viven, tienen celestes claves. No sé qué dichas hondas reviven cartas con vuelo de aves. Tus frases queman, miman y mecen la divina esperanza. Cartas caricias que me estremecen y aman en lontananza. Que no me falten como cantares que entre mi noche lleguen, como bajeles de oro en mis mares tormentosos naveguen. Y que me digan la vida es bella, es norte y es valor, y que me digan yo soy tu estrella sedienta de tu amor.» Y una de las respuestas de Marí­a del Mar fue: «Has venido hacer de mi cielo, una lámina lila de amarantos; a sembrar en mi tierra de roja amapola con semilla de oro; que se abrirá mañana en sol de nuestro amor fecundo.» Recuerdo que al preguntarle al bardo León Aguilera sobre las respuestas de su amada, me respondí­a: «las cartas de su mamá eran madrigales, breves y delicadas como una composición de Gutierre de Cetina en prosa. Las leí­a en menos de un minuto y me dejaban una evaporación.» Dos poetas, un amor desesperado, pero de igual magnitud en los corazones de los enamorados. Así­ el poeta le canta a Marí­a del Mar: «Yo fatigo el soneto con mis loas/ pues yo quiero loarte tu beldad/ hacia ti van mis versos como proas/ buscando el oro de tu inmensidad./ Todo mi mundo en tu mirar incoas/ en ti amanece la divinidad. Contra derrota la victoria emproas/ toda en lucernas mi fatalidad./ Y te voy descubriendo, y mis sonetos/ gnomos van en cuartetos y tercetos/ que en gemas entretejen tu beldad./ Y fatigo los versos. Y superas./ Pues ante mi avidez más te enluceras/ y te encelestas ante mi ansiedad.»