No cabe la menor duda que los dos candidatos que disputarán dentro de una semana la segunda vuelta en busca de la Presidencia de la República, tienen sus seguidores que simpatizan con ellos, que creen en su propuesta y que se identifican con las promesas de campaña que han venido repitiendo a lo largo de estos meses.
Quienes así se comportan tienen perfecto derecho a hacerlo porque eso forma parte de la vida política y cualquiera que sea la razón por la que consideran que su candidato tiene que ser electo, es válida y respetable en la medida en que sea eso, es decir, una decisión convencida de que uno u otro debe ser el Presidente por los méritos que sus seguidores le encuentren.
En cambio, la actitud de quienes han decidido votar por alguno de los dos candidatos simplemente para que no llegue el otro e íntimamente están convencidos de que no tienen otro remedio que elegir al menos malo, significa en el fondo que en realidad nadie les satisface y que entienden que ninguno de los dos candidatos podrá encabezar un gobierno que signifique la oportunidad para transformar al país, modificando su sistema político para iniciar la construcción de una verdadera democracia.
Vemos que hay muchos desencantados del sistema político, gente que sabe que el país va por mala dirección y que, a pesar de eso, se deja llevar por sus antipatías para reflejarlas en las urnas dando el voto no a favor de alguien que les convence y entusiasma, sino simplemente contra otro que les cae mal, que les desagrada o que les parece peor que el otro.
Si la elección es un mandato que se genera entre el pueblo, que es el mandante, y el gobernante que es el mandatario con encargo de ejecutar ese mandato, no vemos por dónde se puede lograr ese objetivo cuando el voto es simplemente un instrumento para evitar que otro llegue al poder. Eso significa que no nos importa lo que el que resulte electo haga, porque lo único que cuenta en el momento de emitir el sufragio es decirle no a quien nos es antipático.
Es por ello que no llegamos a tener gobiernos que realmente nos representen porque en buena medida los guatemaltecos no votamos a favor de un programa, a favor de un compromiso, sino en contra de alguien y ello no genera ningún mandato ni obligación que podamos exigir. Por eso nuestro voto es un cheque en blanco, porque simplemente lo usamos como arma de castigo, sin exigir nada a cambio porque nos damos por satisfechos con cerrarle el camino a la presidencia al sujeto que nos desagrada por cualquier razón. Y sabiendo eso, los políticos no hacen programas ni compromisos, sino simplemente propaganda para cosechar ese voto de rechazo que termina siendo el decisivo.
Minutero:
Ante un crimen de Estado
que es de lesa humanidad
impresiona en el agraviado
esa gran serenidad