No hay otra ocasión en el año en la que familiarmente se comparta tanto como en la Navidad, cuando aflora lo mejor de cada quien y se dejan de lado diferencias y dificultades para centrarse en la celebración del nacimiento del Niño Jesús. Aún en la distancia se siente el calor de la unidad de las familias y en este tiempo de comunicaciones expeditas y efectivas podemos compartir aún con quienes viviendo lejos tienen el deseo de ser parte de esa festividad.
ocmarroq@lahora.com.gt
Ciertamente también tenemos que recordar ahora a quienes físicamente ya no están con nosotros, pero que viven en nuestro recuerdo y en nuestras oraciones. Por ello es que también esta fecha tiene algo de nostálgico, porque siempre afloran los recuerdos de aquellos que se adelantaron en el camino a la vida eterna.
Indudablemente quienes más gozan de la Navidad son los niños, no sólo por los regalos que los adultos colocan al pie del árbol o del Nacimiento, sino porque sienten y se contagian de ese espíritu que embarga a los adultos y que prodiga buenos deseos y bendiciones para todos.
Hace muchos años fuimos nosotros los que como niños ocupamos el centro de atención de las Navidades, pasando la estafeta después a nuestros hijos y para quienes tenemos la bendición de gozar de nuestros nietos, ahora la alegría se multiplica porque uno la siente en forma directa, la ve en sus hijos que gozan con los suyos y se vuelve casi explosiva cuando se comparte con los hijos de los hijos.
Diez son a la fecha mis nietos y para febrero esperamos a Mariana que será la undécima de esa generación. No puedo negar que me hacen demasiada falta los seis que viven en el extranjero y con quienes no compartiré esta noche el tamal, pero con quienes gracias a la Internet estaremos rezando a la misma hora ante el Niño Dios, justo cuando en Guatemala reviente la cohetería que es característica de la celebración. A esa hora estaremos dando gracias por las enormes bendiciones que hemos recibido, la más importante de ellas la vida misma, y por las satisfacciones que poco a poco se van acumulando en esta nuestra vida que puede tener momentos que parecen difíciles, pero que en el balance general siempre resulta una suma de bendiciones recibidas.
Y ya me imagino las oraciones de los pequeños, pidiendo especialmente, como ocurre todos los años, por la salud de los más viejos y porque pronto puedan estar juntos todos los primos gozando de esas inmensas alegrías que se producen cada vez que tenemos la oportunidad de juntar a la prole con sus descendientes.
Siempre insisto en que no tenemos mucho que pedir y, si acaso, lo que nos hace falta es que Dios nos ayude a tener la fuerza y determinación para cumplir con nuestros deberes y responsabilidades sin hacerle mala cara a la dificultad que pueda venirse. Mientras haya salud y vida, siempre estaremos en capacidad de librar batallas, tanto las grandes y memorables como las pequeñas y cotidianas que son las que van forjando el carácter y haciendo llevadera la vida.
Para los amigos que me aguantan durante todo el año y que me leen compartiendo o no mis puntos de vista, un caluroso abrazo de Navidad, pidiendo a Dios que les proteja a todos, que les acompañe todos los días para que podamos todos celebrar con nuestras familias ésta y muchas Navidades más.