Una tarde de éstas, mientras esperaba a un amigo con quien habíamos convenido en encontrarnos para conversar y tomarnos un café, como soy patológicamente puntual llegué anticipadamente a la cita, de manera que mientras proseguía con la lectura de la intensa novela «Con pasión absoluta», de la escritora guatemalteca Carol Zardetto, se acercó un viejo compañero de estudios que no terminó la carrera universitaria que compartíamos.
Después de los consabidos abrazos, saludos y bromas, le pregunté a qué se dedicaba. Mario, como lo identificaré para evitarle represalias, sencillamente contestó: «Estoy metido entre la porquería, literalmente hablando».
Me quedé en silencio porque la inopinada respuesta me asombró. Pero de inmediato me explicó el sentido de sus palabras. A causa de la deslealtad de un socio y amigo suyo, Mario fracasó en un negocio montado entre ambos, por lo que optó por retornar a la actividad a la que se había dedicado hace tres décadas: contratista de obras públicas.
¿Y por qué decís que estás metido entre la porquería?, insistí curiosamente. Me contó que por la experiencia adquirida decidió establecer una empresa constructora, con un modesto capital, para participar en cotizaciones y licitaciones de obras financiadas por el Estado por medio de distintas instituciones y diversas municipalidades.
De inmediato se percató que si procedía con honestidad difícilmente lograría sobrevivir en esta nueva etapa de su actividad productiva, y de ahí que, aconsejado por funcionarios gubernamentales y alcaldes, estableció otras tres empresas de similar naturaleza, a fin de que cuando se presentaba la oportunidad entregaba cuatro ofertas. «Y ¡oh milagro! Muchas veces una de ellas gana la licitación», exclamó irónicamente.
Como su empresa inicial se había especializado en la construcción de drenajes, varios de los contratos que le adjudican corresponden a este ramo, «y por eso es que te digo que estoy metido entre la porquería», subrayó, para luego agregar «pero es peor la porquería de la corrupción».
Me contó detalladamente los almuerzos a los que se ve obligado a invitar a los supervisores de proyectos, los obsequios a empleados públicos de mediana jerarquía que intervienen en el proceso de licitaciones o cotizaciones y los porcentajes que debe pagar a funcionarios de escalas más altas, incluyendo alcaldes y gobernadores departamentales.
De no ser así «no podría subsistir», enfatizó sin sonrojarse. Me contó el caso del gobernador de un departamento cercano a la capital, hacia el Occidente del país. «Este tipo tiene la gentileza de llamarme telefónicamente, para decirme que ya salió el cheque, pero cuando llego a que me lo entreguen, un guardaespaldas suyo me acompaña al banco, para que yo le dé el 20 %, en efectivo. ¡Olvidate del FRG y de Portillo!», comentó ácidamente.
Después de haber escuchado a Mario no me asombré cuando leí copia del discurso que el ingeniero Manuel íngel Castillo Barajas pronunció al asumir la presidencia del tribunal de honor del Colegio de Ingenieros, porque revela y denuncia públicamente algunos elementos determinantes en la extendida corrupción que se han enraizado en diferentes instituciones del Estado, pero especialmente en lo que respecta en la construcción de obras públicas, cuyas cifras escandalizarían si fuera otro el contexto político, geográfico e histórico.
Dijo Castillo Barajas que los índices de corrupción en la construcción de obras públicas son exagerados, porque para este sector de la actividad estatal se asignan anualmente alrededor de Q15 mil millones, cerca de la tercera parte del presupuesto general de la nación, de cuya suma estima que aproximadamente el 20 %, que equivale a Q3 mil millones, «alimenta la corrupción».
Agregó que esta nociva práctica afecta directamente el prestigio de la ingeniería nacional, en vista de que por razones profesionales numerosos ingenieros participan en la construcción de obras públicas, «poniendo en tela de duda la ética, honor y decoro con que actúa la mayoría de ellos», además de la frágil, mala calidad, poca durabilidad y encarecimiento de las obras, que obliga a efectuar reparaciones prematuras, reconstrucciones, malos e interrumpidos servicios y, con ello, adicionales y mayores gastos y desperdicio cuantioso de los limitados recursos del país.
Lanzó severas críticas a dignatarios y funcionarios del Estado porque facilitan la corrupción, paradójicamente para transparentar y lograr mayor eficiencia en la contratación de obras, violando leyes de licitación, de contrataciones y de probidad, al utilizar para el efecto a organismos internacionales, como la OIM; la OACI, el PNUD, la UNOPS, el CIPREDA y otros entes vinculados a la Organización de las Naciones Unidas.
Con razón me dijo Mario que está trabajando entre la porquería. Y no tanto porque construya drenajes, sino por el ambiente burocrático en el que se mueve.
(El contratista Atilhio Romualdo Lara y Lira, al aseverar que cada gobierno que se sucede en el poder es más corrupto que el que le precede, define a la democracia en Guatemala como el derecho de los ciudadanos de equivocarse cada cuatro años).