Guatemala es, en verdad, un país insólito: el realismo mágico de nuestro Miguel íngel Asturias o bien los mundos de ilusión de Gabriel García Márquez, son incapaces de superar la realidad nuestra. Esto sólo se entiende al sumergirnos en nuestra Historia milenaria y en la Cultura Múltiple que crea imaginarios de alta originalidad.
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela A mi padre, maestro Celso Lara Calacán, con inmenso amor.
Viene al caso esta reflexión con la noticia, primero en rumor y luego en la letra escrita, que Sandra de Colom, integrante de la pareja real que actualmente gobierna nuestro país, había ordenado a finales del mes de Febrero al Ministro de Cultura Jerónimo Lancerio, desalojar el Museo Nacional de Historia y ocupar el soberbio edificio decimonónico con las oficinas del cuestionado programa de Cohesión Social.
Como especialista en Historia y Cultura me pareció fuera de lugar lo apuntado por el rumor. No obstante éste se confirmó. De la forma más airada me permito dejar sentada mi protesta por esa peregrina idea. Que ya sólo la idea hace estremecer los anales de nuestro convivir social, desde el Popol Vuh hasta la Patria del Criollo. Es inconcebible que un Ministro de Cultura-, quien por supuesto, lo único que sabe de cultura es que no se escribe con k-, pueda atentar contra el Patrimonio Nacional y los pilares que sustenta nuestro devenir y que reciba y acate órdenes de un miembro de la pareja real sin chistar en lo más mínimo.
Se entiende entonces el estrecho criterio de la pareja actualmente en el trono, en donde privan más los intereses económicos que los intereses nacionales, porque resguardar el patrimonio de la Nación es deber incuestionable de cualquier gobierno con perspectiva de construcción de una Nación.
Ello explica que los Ministerios de Cultura y Educación se dediquen a cualquier cosa menos a lo que les corresponde: trazar las políticas culturales y educativas de Guatemala.
A nuestro país, con las enormes carencias que tiene, se le suma la falta de articulación de la cultura y por supuesto, el conocimiento que todo ciudadano debe tener de la misma y de su historia que deben, necesariamente, ser enseñadas a través de los distintos niveles del sistema educativo tanto de la educación formal como de la informal. Por que sólo el niño que desde los albores de su ilusión entiende y aprecia su cultura particular, producto de su historia, puede ser capaz de entenderla, proyectarla para convertirse en un guatemalteco orgulloso de su identidad, capaz de defender este suelo nuestro desde la perspectiva personal y colectiva. Sólo entendiendo la historia y la cultura se puede detener la avalancha de la penetración y alienación cultural que impone la globalización del mundo. Lo expectante de la mundialización cultural no es óbice para no desarrollar la cultura propia y compartirla con el mundo. En tal sentido, la cultura guatemalteca debe manejarse más que como una suma de expresiones que atraigan al turismo mal entendido o que sirva como trampolín para intereses espurios. Dentro de esta perspectiva el atentar contra la historia como lo quiso hacer Sandra de Colom, es absolutamente condenable e irresponsable y a todas luces lesivo a los intereses nacionales. Es un crimen de lesa patria.
Los Museos de Historia Nacional son las joyas de la corona de cualquier nación ya que los objetos que conservan se vuelven íconos generadores de identidad. Ellos demuestran el devenir social y cultural, tal como lo forjó la historia sin pretender exaltar o condenar cada huella que ha quedado en nuestra alma nacional. Como diría Fernand Braudel la Historia no se ama ni se condena pues ella sirve para entender el presente y planificar el futuro.
Sin el conocimiento que generan los museos de historia, la población no tiene donde abrevar los elementos más sutiles de su conciencia social, lo que le impide tener una autoconciencia nacional que le permita entenderse y aceptarse a sí mismo, aprender de los errores del pasado y emprender el futuro concreto. Tal desconocimiento lleva a formar niñez y juventudes sin basamento y sin la seguridad social que ofrece el conocimiento profundo de la historia nacional y produce la dispersión en que todos los guatemaltecos vivimos en estos oscuros días.
El Museo Nacional de Historia, el Museo del Hombre guatemalteco, debiese ser prioridad de todo gobierno, junto a las políticas culturales y educativas que superen lo lírico, y se conviertan en motores de desarrollo.
Por otra parte, hay muchos edificios en esta desordenada y amada Ciudad de Guatemala para cobijar un programa como Cohesión Social y no destruir parte de nuestro ideario colectivo. Apoyar al Museo Nacional de Historia se convierte en un deber incuestionable de las autoridades gubernamentales y del Ministerio de Cultura.
Ojalá la idea peregrina se quede en eso: una idea. El pueblo de Guatemala no merece ser crucificado en la ignorancia deliberada y el desconocimiento de lo propio, ya que no sólo de pan vive el hombre. Sembrar valores sociales es deber de todos.
Me uno a las voces de protesta y pido una declaración escrita del flamante Ministro de Cultura ya que de otra forma, cuando menos lo sintamos, el Museo será arrumbado en el silencio y lo que tanto costó se vendría abajo como una milpa de maíz sin agua.
Mi apoyo irrestricto a mi discípulo licenciado Miguel ílvarez Arévalo, su actual Director e impulsor por haber conservado con gran esfuerzo, con cascaritas de huevo, el hermoso edificio y los hilos de la historia guatemalteca.
Finalmente, y como estamos en la Semana de Pascua de Resurrección, si sucediese lo contrario, parafraseando al inmenso escritor venezolano Miguel Otero Silva, oraría: «Â¡Señor , a esa castígala porque sí sabe lo que hace!»