Los guatemaltecos, indudablemente como uno de los rezagos de la polarización durante el conflicto armado interno, hemos sido incapaces de romper el patrón de asumir apasionados bandos sobre prácticamente todos los quehaceres cotidianos.
Así es como hay personas apasionadamente racistas e indígenas apasionadamente defensores de sus costumbres; gente de ideología liberal tanto como conservadores que, en ambos casos, defienden con uñas y dientes sus posturas; ciudadanos con intenciones de cambio y los promotores de la permanencia del status quo; etc.
Por supuesto que también hay una cantidad, muy alta por cierto, de indiferentes que solo quieren agarrar el envión del resto y casi que se dejan llevar volteando a ver para el otro lado con tal de no tener que comprometerse en los grandes retos que, tarde o temprano, habrá que enfrentar.
En La Hora hemos dicho muchas veces que una gran razón para haber quedado en manos de mediocres en casi todas las esferas de toma de decisión del país, fue la práctica de eliminar a los mejores líderes que, tanto de derecha como de izquierda, aunque no fueran parte activa del conflicto. La pérdida de estos liderazgos nos condenó a “lo que queda” y eso se debió sumar a quienes por costumbre o por temor se acoplaron a las prácticas corruptas, violentas o, simplemente, se dejaron llevar por la corriente para no caer víctimas de ser los reformadores que la situación requería.
Pero esa tradición que llaman del champiñón, porque al que destaca le cortan la cabeza o la del cangrejo, porque al que escala pasa salir de la olla lo jalan de vuelta el resto, es lo que nos ha impedido el reconocimiento a personajes que, de ambos lados del espectro ideológico se le tienen que reconocer su esfuerzo y sus sacrificios.
Con la necesidad de identificar liderazgos y con el riesgo que conlleva que se les intente eliminar, primero, su nombre y, luego, físicamente como lastimosamente ha sido costumbre, deberíamos hacer un esfuerzo como sociedad de hacer esa identificación que nos permita romper la apasionada práctica de la admiración y el odio. Podemos no estar de acuerdo, pero debemos reconocer a quienes con autenticidad, valentía y diligencia se dedican a enfrentar batallas que, como resultado, nos beneficiarán a todos como conjunto.
Habiendo dicho esto y con la reciente pérdida de un guatemalteco que como magistrado terminó, literalmente, dando su vida por sus principios, queremos sumarnos al reconocimiento a una mujer que ha actuado con esa autenticidad, valentía y diligencia. Ojalá, sigamos teniendo más guatemaltecos a quienes reconocer como la jueza Yassmín Barrios. Ojalá aprendamos a disentir pero respetar. Ojalá no sea solo la admiración o el odio.
MINUTERO:
Chacón dio su veredicto
y nos saca del interdicto;
no somos Estado fallido;
apenas un poco jodido