En la antigua mitología griega se hablaba de dos monstruos que habitaban uno frente a otro en un estrecho paso marino. Caribdis hija de Poseidón y Gea tragaba grandes cantidades de agua tres veces al día y adoptaba la forma de un gigantesco remolino que se tragaba a todos los navegantes que osaban pasar a su lado. El otro era Escila, un monstruo con torso de mujer y cola de pez con seis largos cuellos y respectivas cabezas, cada una de ellas dotadas de tres hileras de afilados dientes. El paso por el estrecho paso marino era mortal pues los marinos tenían que escoger entre enfrentar a Escila o a Caribdis. Desde entonces cuando nos encontramos frente a un dilema, decimos que estamos “entre Escila y Caribdisâ€.
Pareciera que en el panorama electoral los guatemaltecos se encuentran entre Escila y Caribdis. Por lo menos así piensa un porcentaje significativo de los votantes. Recordemos que el 11 de septiembre el porcentaje de voto nulo y en blanco superó al de otros procesos electorales en el pasado (poco más del 12%). Esto significó que este tipo de voto fue la cuarta fuerza electoral después del partido Creo de Eduardo Suger. El abstencionismo no fue alto si se le compara con lo que ocurre en otras latitudes. En noviembre la situación podría plantearse de una manera menos rebuscada. Los guatemaltecos tendrán que elegir entre cáncer y sida. Podrán elegir a un general que si bien se opuso al autogolpe de Jorge Serrano Elías en 1993 y fue uno de los artífices de los acuerdos de paz de 1996, ha sido vinculado a las peores páginas de la guerra sucia contrainsurgente en Guatemala. También lo ha sido a uno de los mafiosos poderes ocultos que se mencionan en el análisis político en el país: El Sindicato. Los guatemaltecos podrán también elegir a un civil cuyo nombre se ha vinculado a diversas formas de enriquecimiento ilícito, que tiene un discurso demagógico y promesas que no se sabe si podrá cumplir.
Pero aun así hay gente que ya está escogiendo entre cáncer y sida, entre Escila o Caribdis. Los motivos son muchos. Los que votarán por Pérez Molina a pesar de que no fue su primera opción lo harán porque prefieren a un militar que promete orden y no a un civil que tiene una reputación dudosa. Los que a su pesar votarán por Baldizón, lo harán porque como leí en un comentario recogido por Roberto Oliva en su columna (http://arandoenelmarolivalonzo.blogspot.com/), piensan que: “los dos reciben dinero de los narcos, la diferencia es que uno es genocida y el otro noâ€. Así que votarán en contra de Pérez Molina. Corresponda o no la verdad, lo cierto es que la imagen de ambos candidatos es muy negativa en amplios sectores del electorado. Los votos que obtengan no serán necesariamente muestras de simpatía sino simplemente la opción por el mal menor. Usted estimado lector o lectora ¿preferiría cáncer o sida? La pregunta es terrible como terrible es el panorama electoral del 6 de noviembre.
Hay quien está llamando al abstencionismo. En las condiciones actuales el abstencionismo es una mala idea. Favorecerá al candidato que tenga la maquinaria mejor aceitada y el voto duro más consolidado. Así que si usted simpatiza por alguno de los dos, o simplemente considera a uno de los dos el mal menor le recomiendo fuertemente que salga a votar. Una vez frente a la urna también existe otra posibilidad: que anule el voto o que deje en blanco la papeleta electoral. Es una manera activa de expresar el rechazo al verse entre cáncer y sida.
Por mi parte pienso que sencillamente se equivocan aquellos que están planteando que Manuel Baldizón ha logrado un arco de alianzas amplio y que por ello representaría a una fuerza social nueva que tiene potencialidades transformadoras en pro de los más desfavorecidos. Hay en efecto escenarios imprevistos: nadie pensó en lo que iba pasar cuando en Honduras se eligió en 2005 a Mel Zelaya. Aun así, no auguro nada novedoso para el próximo cuatrienio presidencial si Baldizón fuera elegido. Más bien me inclinaría a pensar en el mal menor. No me gusta la idea de ver a un exmilitar señalado de los peores crímenes sentado en la silla presidencial. Ya se ha premiado a un genocida con una curul y hasta con la presidencia del Congreso. Ahora veríamos como presidente a alguien que no ha refutado contundentemente su eventual implicación en la guerra sucia y en un magnicidio. Pérez Molina defenestraría a la actual fiscal general y frenaría los esperanzadores procesos penales contra los genocidas que hoy presenciamos. No creo que sea nada bueno para el país que ejerza la presidencia una corriente política que ha crecido con un discurso autoritario y que piensa (ahora vergonzantemente) que la solución a la inseguridad pública sea el mero uso de la fuerza.
Por eso entiendo a los que a pesar de verse entre cáncer y sida, entre Escila y Caribdis han escogido a uno de los dos.