Ahora que la tecnología nos transporta al instante las imágenes de todo el mundo, me dio por pensar ¿qué pasaría el día que nevara en Guatemala, lo que ha estado ocurriendo por aquellos países situados más al norte del globo terrestre, si aquí cuando cae una llovizna ocurren hasta 30 accidentes de tránsito? Nadie duda que a Guatemala llega lo último en cuanto a vehículos automotores se refiere; sin embargo, seguimos como en la primera mitad del siglo pasado, salvo contadas excepciones, con las vías de comunicación mal planificadas, en peores condiciones y manejando como si se tratara todavía de carretas haladas por mulas.
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Habrá notado el amable lector que no me refiero a los paros, bloqueos ni a tantas dificultades que nos impiden desarrollar nuestras actividades diarias con la puntualidad y prontitud que demanda nuestra responsabilidad. No, hablo del porqué los guatemaltecos nos hacemos la vida imposible a nosotros mismos.
¿Cuántas veces se ha insistido en la necesidad de contar con la cantidad suficiente de agentes de tránsito para el número de vehículos circulando y cuántas veces más se ha demandado que la prestación de sus servicios sea durante las 24 horas del día pues cuando más se les necesita brillan por su ausencia? Y dejando de lado a las autoridades, porque está visto y demostrado que lo que menos les importa es cumplir con sus deberes y responsabilidades con eficiencia y demostrada capacidad, preguntémonos a nosotros mismos, ¿qué hacemos los conductores cuando tomamos el timón de nuestro vehículo? ¿Cuántos hay que la palabra “mantenimiento” no existe en su vocabulario, mucho menos en su comportamiento diario y por ello andan enseñando la lona de sus llantas, jamás revisan los frenos, las luces, ni las partes fundamentales para no sufrir accidentes?
El lunes pasado, como a las siete y media de la noche, iba detrás de un autobús del Transmetro que circulaba fuera de ruta, a la altura de la 24 calle sobre la Avenida Bolívar de la zona central y sin ninguna exageración, era tal la humareda que iba dejando, que impedía ver el camino al resto de conductores. Si así circulan los vehículos de la entidad responsable de velar por mejorar el ambiente y no contaminar el aire que respiramos los capitalinos, ¿qué se les podrá pedir a los majaderos transportistas con sus camionetas chatarra rodantes? Lástima que ningún amigo del alcalde lo lleva a darle una vuelta para mostrarle que aunque sea difícil encontrar motoristas de la PMT, cuando por fin los encuentra son incapaces de sancionar al conductor pasándose el semáforo con la luz roja; al que estaciona su vehículo en zona prohibida, mucho menos a la malabarista nueva conductora quien, además de no usar el cinturón de seguridad, maneja arreglándose el pelo con la mano derecha viendo el espejo retrovisor y con la mano izquierda sostiene el teléfono celular.