Entendiendo el Baktún (IV)


Luis-Fernandez-Molina_

Entre los grandes misterios de la experiencia humana, el tiempo es el que más a diario nos toca. Nos absorbe, nos envuelve. El tiempo se resbala y no se puede detener. “Tempus fugit, aeternitas manet” reza un viejo refrán latino. Pero de este lado del mundo los mayas llegaron a las mismas conclusiones y se convirtieron en grandes maestros del tiempo en general. El tiempo tiene un aspecto filosófico de profundidad inconmensurable, pero también tiene un aspecto práctico: ¿Cómo medir el tiempo?

Luis Fernández Molina


Y esta pregunta a su vez nos lleva dos variables, una es ¿qué unidades de tiempo vamos a tomar de referencia? Y la segunda cuestión es ¿desde cuándo se empiezan los cómputos? Los mayas encontraron brillantes respuestas.
Nuestro mejor apoyo, acaso el único, para la medición del tiempo han sido los astros, el Sol y la Luna. La unidad de tiempo más simple y generalizada son los días (¿Cómo hubiéramos medido el tiempo sin esas luminarias?). Es fácil determinar cuántas veces  ha salido el Sol (o se ha puesto según el ritual judío) para establecer el lapso entre esas dos marcas. Por ejemplo “han transcurrido 7 amaneceres” o “10 noches”. Esta aplicación la aceptaron todas las civilizaciones por su simplicidad. Era hasta obvio. Realmente la sucesión de los días se debe al movimiento de la Tierra rotando sobre su propio eje; el Sol solamente es un punto de referencia. El segundo criterio es el de la Luna; nuestro satélite gira permanentemente alrededor de la Tierra. Se generaliza diciendo que una vuelta toma 28 días, pero hay que distinguir en dos parámetros, uno es el tiempo que tarda la Luna en hacer una rotación completa, esto es, en regresar al punto exacto donde arrancó la cuenta; el otro parámetro es establecer el tiempo que toma de una Luna llena a otra. Los cálculos no son iguales por una sencilla razón: la Tierra también tiene su movimiento en la misma dirección que la Luna, por lo que a ésta le toma un poquito más llegar al mismo punto desde la perspectiva terrena. Por eso el primer ciclo (sidéreo o real) es de 27.32 días, el segundo (sinódico o visual) es de 29.53 días. Este último es el que nos interesa, pues desde los albores de la civilización se ha utilizado como marcador del tiempo el lapso entre una Luna llena (puede ser alguna otra fase de la Luna pero la más notoria es la llena). Algunas culturas actualmente todavía se guían por los períodos lunares: “eso sucedió hace 10 lunas” o “deben regresar dentro de 3 lunas”. Otras guías celestiales pueden establecer los parámetros para definir el tiempo como son algunas estrellas muy brillantes o constelaciones. Sin embargo ello requiere mucha pericia astronómica y en el fondo se remiten al cómputo anual. Con lo anterior tenemos los días (kines) y los “meses lunares”, falta el registro de cada año.
Los mayas, excelentes conocedores del movimiento de los astros, entendieron que los respectivos movimientos de los cuerpos celestes no están sincronizados, no son parte de un engranaje como los relojes mecánicos o los odómetros de los vehículos. Pero lo más peculiar consiste en que idearon dos registros cronológicos independientes; el primero que llamaron “Haab” que es nuestro mismo sistema de datar los años y se basa en el regreso del Sol al mismo punto en que estaba un año antes. Este Haab corresponde al calendario solar, civil y es el más práctico para las cosechas y ritos religiosos. El otro calendario es místico, esotérico, que es el Tzolkín.  En cuanto al primero el año se dividía en 18 meses (uinales) de 20 días cada uno, total 360, quedaban 5 días que por ser especiales (algunos dicen que de mala suerte), los tomaban en cuenta pero no los registraban (parecido a las saturnales romanas); de ahí que los años mayas son de 360 días (por eso los Baktunes son de “aproximadamente” 400 años). Los Katunes son 20 años (de 360 días) y los citados Baktunes son de 20 Katunes (400 años). Lo interesante de los mayas es que entrelazaron estos calendarios esto es, que para definir un día intercalaban elementos del Haab, del Tzolkín y de la cuenta larga.