El 12 de octubre de 1492 y el 13 de marzo de 1697 son dos fechas que están entrelazadas. Es el inicio y fin de un círculo histórico. La primera ha cobrado dimensiones universales llegando a ser uno de los referentes básicos de la historia universal; pero la segunda fecha se ha quedado rezagada en los amarillentos registros históricos. Sin embargo, para Mesoamérica esta segunda fecha tiene un simbolismo muy especial.
Veamos. Si a su Cesárea Majestad, don Carlos V, le hubieran mostrado en 1550 un mapa geográfico-político de Mesoamérica, aparecerían en rojo (dominio español) la costa de Veracruz, el área central de México y diferentes núcleos que se iban conformando en el actual territorio mexicano y en lo que son las actuales principales de Centroamérica. Pero en ese mapa quedarían muchas secciones en azul (áreas sin conquistar) y otras zonas totalmente deshabitadas. Ese mismo mapa imaginario, desplegado un siglo después, en 1650 (cuando vino el Hermano Pedro a Guatemala) mostraría un avance ostensible del color rojo, pero habría algunos sectores todavía en color azul. Quedaban a la sazón algunos dominios o señoríos indígenas, la mayoría pequeños, los que fueron cayendo paulatinamente. Cuando casi todo el mapa era del color rojo español, aparecía sin embargo, como un lunar, una “nación indígena”; era el reino conocido como Itzá, conformado por un grupo maya que a mediados de 1400´s abandonaron Chichén Itzá y se encaminaron al sur hasta encontrar la región del hermoso lago de Petén Itzá. Era pues una nación autóctona, con soberanía y territorio propio donde mantenían las últimas expresiones de la soberanía maya que prevaleció en la zona por más de tres mil años. (Es claro que había muchos focos de resistencia indígena, pero el hecho de ser rebeldes implica que el control estaba ya en manos de los españoles). Este último señorío era la continuación y el único heredero vivo que quedaba de todas aquellas ciudades estados que tanto esplendor tuvieron en la época clásica (del año 300 al 800 DC); de aquellos magníficos constructores de las grandes pirámides y otras obras notables; de aquellos eximios matemáticos y astrónomos. La capital de este reino postrero era Nohpeten, que algunos identificaban como Tayasal; una isla casi de forma casi circular ubicada en el extremo poniente del lago que sus ocupantes consideraban el ombligo del mundo. Los primeros reportes indican que el mismísimo Hernán Cortés pasó por ese lugar camino de Honduras en 1521; iba con prisa, solo de paso porque quería castigar a los insubordinados, de hecho dejó un caballo que estaba lesionado y las crónicas indican que los pobladores le rindieron culto y le erigieron una gran imagen. A pesar de esa fugaz visita la región se consideró remota e inaccesible (como lo ha sido hasta pocos años). Habiendo, además, tanto territorio cercano no hubo interés en organizar expediciones militares. Sin embargo, los religiosos se propusieron la conversión pacífica de la región (algo parecido a la Vera Paz). Casi 100 años después de Cortés, en septiembre de 1618, llegó con esfuerzo y riesgo una delegación de franciscanos encabezados por Fray Bartolomé de Fuensalida y Fray Juan de Orbita. Kanek, el rey Itzá los recibió bien y tras escucharlos les dijo: “Todavía no es el momento de abandonar a nuestros dioses (…) Ahora es el tiempo de Tres Ahaw”. De alguna forma los misioneros sintieron que los mayas los estaban esperando. Fueron muy amables, pero al final el rey Kanek cortésmente les explicó: “Las profecías nos indican que ya vendrá el tiempo en que habremos de abandonar a nuestros dioses, dentro de algunos años, en la era de 8 Ajaw. No hablemos más de esto por ahora. Mejor se van y regresan en otro tiempo”. Los frailes consideraron las profecías como supercherías propias de la superstición y hechicería que tanto endilgaron a los naturales y no entendieron nada de Ajaws o Baktuns, y menos habrían de saber que casualmente en esos días, el 18 de septiembre de 1697, terminaba el 12 Baktun, 3 Ahaw. Se fueron de mala gana, destruyendo la imagen del caballo. Pero 60 años después, vendría otra comitiva encabezada por Fray Andrés de Avendaño quien sí conocía acerca de esas profecías y sacó beneficio de ellas en favor de su misión. (Continuará).