Enrique Gómez Carrillo: un guatemalteco muy parisino


Luz Méndez de la Vega.

Como un homenaje más a los que en estos dí­as con tanta devoción a la memoria, de Enrique Gómez Carrillo, han realizado la escritora Consuelo de Sánchez Latour y su familia -fundadoras y mantenedoras de la Asociación Enrique Gómez Carrillo- van estas notas, sacadas de otros de mis trabajos sobre nuestro admirado escritor, en ocasión de cumplirse, este 27 de febrero ,134 años de su nacimiento.


Para tener una idea de la fascinante y compleja personalidad de Enrique Gómez Carrillo, gran señor de las crónicas y de los amores, hay que seguir los pasos de su formación de escritor y las huellas impresas en las caracterí­sticas de su estilo literario. Para ello, es indispensable partir de su casi novela autobiográfica «Treinta años de mi vida», formada por tres partes «Al despertar del alma», donde dejó tantos sentidos recuerdos guatemaltecos; «En plena bohemia» sobre su vida en Parí­s y «La miseria de Madrid» de sus años en España.

«Al despertar del alma», es la única prueba de que no pudo olvidar esa fundamental parte de la vida de todo ser humano: la infancia y adolescencia. Recuerdos muy vivos, pese al desarraigo por el que muchos lo juzgan con poco amor a Guatemala, a la que sólo volvió dos veces y por breve tiempo, amante urgido de pasión por regresar a los brazos de su amante Parí­s. Amor de amante, como confesó, y por el que se volvió más parisino que muchos allí­ nacidos. Parí­s fue la patria espiritual que lo adoptó, y que imprimió en toda su obra, ese cosmopolita encanto, gozoso y esteticista con que aligeró sus palabras y forjó su modernista estilo.

Cosmopolitismo que, como desarraigo, le reprocha Luis Cardoza y Aragón, pero que era entonces, el estilo del Parí­s, centro del mundo del arte e influjo presente en la mayorí­a de los grandes escritores de esos dí­as. Parí­s, que significaba para él, el único lugar permanente en su vida de trotamundos como, en emotivo elogio, le dice a Parí­s, en su «La psicologí­a del viajero»: «De todo viaje y de todos los viajes, tú, constituyes en verdad nuestro único placer infinito».

Ese señalado «desarraigo» del resto de su obra no es tan extraño, pues todo escritor refleja su tiempo y el medio en que crea su arte. De manera que el tiempo y el medio literario de Gómez Carrillo, fue el modernismo dariano. Pero un modernismo, del que además del influjo de Darí­o, Gómez Carrillo se nutrió en la propia raí­z de los parnasianos y simbolistas franceses, amigos suyos. Fue en Parí­s, donde él vistió su obra de ese brillo inconfundible de la forma pulida como una joya; que sobre todo caracterizará la prosa de sus crónicas de viajes.

Muy importante, para su estilo, fue el conocimiento de la estética de las artes plásticas y su amistad con los grandes pintores parisinos impresionistas; con los que tuvo contacto y con los cuales compartió la pasión por captar lo fugaz de la «impresión» como emoción que produce la realidad, para volverla imperecedera. La impresión de la realidad, como algo más valioso que el retrato detallista e idéntico de esa realidad. Eso, el mismo Gómez Carrillo lo señaló, al decir: que lo importante, para él, como cronista, era la impresión y emoción que cada lugar y momento le producí­a para plasmarla estéticamente.

Dicho propósito estético, sin embargo, no se da en el caso de «Al despertar del alma» relegado, ante la nota realista de su sinceridad al evocar recuerdos matizados de añoranza y algún otro romántico que, entre besos y lágrimas, delatan las confesiones de sus sentimientos de inseguridad, de amor a su madre, de rebeldí­a escolar, de sus amores y angustias de adolescente o de la vida y costumbres familiares y de la sociedad Guatemala de finales del XIX

De ascendencia francesa por su madre doña Josefina Tible, y por su padre el historiador Agustí­n Gómez Carrillo, emparentado con la familia española de ilustres apellidos de su abuela Marí­a del Carmen Carrillo de Albornoz Nájera y Batres, adoptó para segundo apellido el Carrillo, en vez del Tible, propicio a las burlas (Comestible) que herí­an sus vanidad de descendiente de la nobleza española.

Destacado desde muy joven en el periodismo, su admiración por el modernismo lo acercó a Rubén Darí­o, quien radicaba en Guatemala y le dio trabajo en su periódico «El correo de la tarde»; donde a los diecisiete años se hizo notar como un periodista polémico muy leí­do. Gracias a una entrevista -que Darí­o le envió a hacer- al presidente Barillas, quien se dio cuenta de su talento, logró que le otorgara una pensión para ir formándose en España. Pero más que su obligación, al joven Enrique lo impulsó su pasión por lo francés y, al tocar su barco Francia, interrumpió su viaje y se dirigió al Parí­s de sus libros y de sus sueños. Allí­ empieza a conocer a los grandes escritores que lo admiten entre la bohemia intelectual y sentimental de esos dí­as. Sólo después de algún tiempo llega a España donde, en 1892, la editorial Hernando de Madrid, le publica su primer libro -sobre los poetas franceses del momento- una plaquette titulada «Exquisses», la cual tuvo gran resonancia por ser divulgadora del nuevo estilo en España y, a la vez, que fue motivo de polémica por ir en contra de la tradición literaria española, y un tanto por la juventud del autor.

Con órdenes y dinero para regresar a Guatemala, desobedece y se va a Parí­s, donde consigue trabajo en la Editorial Garnier Frí¨res, que se convertirá, desde 1893, en la editora de sus obras en español, como para su traducción al francés. Su segundo libro «Sensaciones de Arte» lo llevó a ser considerado, a los veintiún años, un buen escritor al que se le abrieron los caminos del periodismo. Sus artí­culos y crónicas fueron publicadas en diarios como «El Imparcial» y «El Liberal» de Madrid o «La Nación» de Buenos Aires, y otros hispanoamericanos.

En 1895, hizo un breve regreso a Guatemala y se unió a los escritores de «El diario de Centroamérica» y de «El ideal liberal», en la campaña presidencial de Manuel Estrada Cabrera, quien lo nombró cónsul en Parí­s.

Su regreso ya como escritor reconocido y con un cargo oficial en Parí­s, le abrió más puertas en lo social y artí­stico, añadiendo a su persona y a su fama de escritor, las de: dandy, de don Juan y de temido y pendenciero duelista. Su gran éxito y el amor a Parí­s, desde entonces, lo mantuvieron alejado de Guatemala, tanto en su vida como en su obra, y tan europeizado que difí­cilmente se le diferenciaba de sus amigos los grandes escritores y poetas con quienes compartí­a su plena bohemia e ideales literarios. Asimilación tan completa, en su obra, como Maurice Maeterlinck lo señala al compararlo a los mejores escritores de entonces.

Escritor prolí­fico publicó tal cantidad de artí­culos y crónicas que, el propio Gómez Carrillo tuvo que seleccionar, para los 26 volúmenes publicados por la editorial Mundo Latino, como «Obras Completas» sin que en realidad hubieran abarcado todas, como señala el Dr. Juan Manuel González Martell -su más autorizado especialista- en su importante repertorio bibliográfico «Enrique Gómez Carrillo-Obra literaria y periodí­stica en libro»; extractado de su trabajo mayor (tres tomos) emprendido a partir de su tesis doctoral, sobre el influjo de nuestro autor en los autores españoles de su tiempo. También añade: que el éxito y difusión internacional de las obras de Gómez Carrillo se debe a la editorial francesa Garnier Frí¨res, a la que siguieron otras editoriales por lo que algunas obras aparecen con tí­tulos distintos.

Entre la reunión de sus crónicas en libros, figuran en los 26 volúmenes de «Obras Completas» y, en otras publicaciones, entre las más conocidas: «La sonrisa de la Esfinge», «Jerusalén y la Tierra Santa», «La Grecia eterna», «El Japón heroico y galante», «Vistas de Europa», «El encanto de Buenos Aires», «La moda y Pierrot», y los cinco «Libros de Crónicas» que abarcan varias sobre distintos lugares y en las cuales Gómez Carrillo, además de los datos que podrí­amos llamar de viajero, se ocupa de temas como la poesí­a, en su libro sobre el Japón, donde incluye hasta ejemplos de los breví­simos poemas tankas. También casi siempre se refiere a las artes de cada paí­s, con un gran conocimiento del mismo, y en especial de las mujeres, sin omitir datos sobre el machismo. Estas crónicas también están reunidas en libros como: «El libro de las mujeres» y, «El 2do Libro de las mujeres Safo, Friné y otras seductoras» y «Psicologí­a de la moda femenina» Además de «El misterio de la vida y de la muerte de Mata Hari», escrito para defenderse de los señalamientos de haberla atraí­do a la frontera, para ser apresada por los franceses que luego la fusilaron por ser espí­a alemana.

Impulsado por su espí­ritu aventurero, se hizo corresponsal de guerra, para la 1ª Guerra Mundial y escribió también ese tipo de crónicas, que publicaba en los diarios y que también aparecen reunidas en los libros titulados: «En las trincheras» o «Campos de batalla y Campos de ruinas», «La Gesta de la Legión». Además de otras de distintos temas como: «Hombres y superhombres», «Literatura extranjera», «Primeros estudios cosmopolitas», «Literaturas exóticas», «Tristes idilios» (cuentos), «Tierras mártires», y tantas más. Es evidente que toda esta dedicación a la crónica periodí­stica, le impidió su realización como novelista que empezó muy joven cuando escribió tres novelas, aun bajo el influjo naturalista francés, aunque situadas dentro del mundo de la bohemia parisina. Impresas en 1899, son: «Del amor del dolor y del vicio», «Bohemia sentimental» y «Maravillas o Pobre clown». Luego, en 1922, ya revisadas y recortadas de muchos de sus rasgos naturalistas, fueron reunidas en un solo libro titulado: «Tres novelas inmorales». La primera: «Del amor del dolor y del vicio» se sitúa en el Parí­s de la belle époque, entre bohemios intelectuales y artistas que viven una vida de amores y excesos. En esta novela hay rasgos naturalistas sobre las experiencias traumáticas, que conducen a las parejas a las diferentes clases de relación sexual. Está escrita desde el punto de vista de la mujer, y, en su reedición, tiene prólogo de Rubén Darí­o.

«Bohemia sentimental» enfrenta estas formas de relaciones de parejas promiscuas y desviadas -como una caracterí­stica- a la del triunfo de un amor verdadero. La última «Maravillas o Pobre clown» muestra mayores influjos naturalistas al justificar, por su pasado traumático, los amores y desví­os de un mayor número de personajes. Fuera de esta trilogí­a, todos señalan como su mejor novela «El evangelio del amor», escrita en plenitud de su vida y de su arte (1922), como un modelo de novela modernista

Por todo ese inmenso trabajo, Gómez Carrillo, en su tiempo y el medio cosmopolita, brilló como primera figura literaria y social. Fue recibido como miembro de la Real Academia de la Lengua (aunque tuvo que salir de ésta, por sus agresivas crí­ticas a miembros de la misma). Además se ganó el ser llamado:»El prí­ncipe de los cronistas». Estuvo casado tres veces, con mujeres tan destacadas como la escritora peruana Aurora Cáceres, la cupletista española Raquel Meller y la bella salvadoreña Consuelo Suncí­n. Este último matrimonio duró apenas un año pues enfermó, y dejó viuda y heredera de sus bienes y derechos de autor a su joven esposa. Ella después se casó con el célebre aviador y escritor francés Antoine de Saint-Euxupery, de quien también enviudó y heredó, además del tí­tulo de condesa, el tí­tulo para su único libro «Memorias de la rosa», donde aparecen apenas algunas menciones de Gómez Carrillo, aunque ella dejó instrucciones a de que, al morir, se la enterrara junto a él -como fue cumplido- en el cementerio de celebridades Pere Lachaise.