Enorme congoja e indignación


Oscar-Marroquin-2013

Conocí al magistrado César Barrientos Pellecer hace varios años cuando se postuló para presidir el Colegio de Abogados de Guatemala en su empeño por aportarle algo a la lucha por apostarle algo a la justicia de nuestro país. Desde el principio me pareció un hombre correcto y cuando llegó a la Corte Suprema de Justicia tuvimos, con mi hijo Pedro Pablo, relación con el magistrado que nos compartía sus luchas, sus dificultades y la realidad del sistema.

Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt


Ayer, estando yo fuera del país, me enteré de la terrible noticia de su suicidio, disparándose en la sien, que me ha causado un enorme dolor porque creo que el país perdió a uno de los abogados más luchadores para combatir la impunidad en el país y que su muerte en esas condiciones es reflejo de lo que puede pasarle a los que se enfrentan a los grandes poderes ocultos. No estoy insinuando que alguien haya disparado a César, pero obviamente a él lo mató la maledicencia, la intriga y la persistente campaña para destruirlo que encontró en un gravísimo error cometido por su hijo la munición suficiente para destruirlo públicamente y para aniquilarlo anímica y moralmente.
 
 Indigna saber que una persona como Barrientos, que estuvo buscando fórmulas para contener a los grupos de poder, se llegara a sentir tan acorralado que tomara la fatal decisión de cortar su propia vida. Me consta que buscó, por muchos medios, ayuda e inclusive trató de buscar apoyo para irse al extranjero, agobiado y desesperado porque supo, desde que se produjo la captura de su hijo, que lo habían acabado. No encontró el soporte y la ayuda que le hacía falta y en un momento de fatal desesperación tomó la decisión de terminar con su vida.
 
 Cuando uno ha estado, de alguna manera, al tanto de lo que las campañas de desprestigio le van causando al ánimo de una persona y se va dando cuenta de cómo le impacta cada cosa que se dice, como aquellas afirmaciones falsas de que estaba metiendo las manos en el proceso para ayudar a su hijo o que, en otro caso, lo hacía para ayudar a los clientes de su hija, y termina viendo un desenlace como éste, no puede sino sentir dolor por la tragedia e indignación por la forma en que los comunicadores sociales somos a veces parte de malévolas campañas cuyas consecuencias a lo mejor no podemos siquiera imaginar cuando publicamos algo.
 
 César Barrientos Pellecer llegó a sentirse absolutamente solo en la Corte, sin ser realmente de ninguno de los dos grupos que se disputan el poder en nuestro Organismo Judicial. Indudablemente cometió errores en su vida y en la etapa de magistrado también, pero su suicidio es la última demostración de rectitud, de coherencia absoluta porque no se acomodó ni cedió a presiones que le hubieran permitido pactar para resolver no sólo los problemas de su familia, sino para dejar de estar en el ojo del huracán.
 
 El suicidio de César es la confirmación de su agobio, del acoso sufrido y de su decisión de no pactar, de no ceder para ponerle final a sus angustias. De todos modos, desde que lo empezaron a destruir, César se había convertido en un cadáver viviente. Descanse en paz César Barrientos, un abogado honesto, recto y luchador.