Sin caer en malacrianzas, el presidente de México adoptó una actitud de mucha mayor dignidad al recibir a su homólogo George Bush y plantearle con absoluta y meridiana claridad que en el tema del narcotráfico estos países nada pueden hacer mientras en Estados Unidos siga creciendo la demanda de estupefacientes. Mientras en otros lados (para no ser muy precisos) se pusieron de alfombra para que Bush se paseara como si fuera amo y señor, Felipe Calderón tuvo dos expresiones que me parecen interesantes porque definen correctamente la situación en las relaciones entre los norteamericanos y estos pueblos de la América Latina.
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La contundente afirmación reclamando a Bush que Estados Unidos haga algo para atacar el consumo de drogas en su país es incuestionable y pone las cosas en su justa dimensión. Pero también Calderón dijo que ayudaría más a contener la migración ilegal una inversión en carreteras en su país que el gasto para construir el muro entre los dos territorios. Y nadie puede pensar que Felipe Calderón es un político enfrentado a los Estados Unidos, puesto que forma parte de un partido que ha sido extremadamente complaciente ya no sólo con ese país del norte, sino específicamente con George Bush y su política hacia la región. De hecho, el anterior presidente de México fue una especie de adalid utilizado por la Casa Blanca para atacar a adversarios como Chávez y Castro.
El tema es que la dignidad no es cuestión de ideologías ni de alineamientos políticos. Hay países que tienen dignidad y otros que simple y sencillamente no entienden ese concepto y creen que su función es ponerse de culumbrón para mostrar amistad. Por muy afín que pueda ser el gobierno de México al de Bush y por grandes que sean sus intereses comunes y el impacto del libre comercio entre ambos países, la Presidencia de México guarda cuando menos las apariencias.
El otro tema que quedó en el tintero y que vale la pena mencionar porque hay mucha gente equivocada al respecto, incluyendo a muchos columnistas, es que Estados Unidos dejó de ser un país de leyes bajo la administración de Bush. El debido proceso y las garantías individuales que fueron siempre la insignia del sistema legal norteamericano fueron pisoteados por la administración en el marco de la guerra contra el terrorismo, cayendo en las mismas prácticas usadas en estos países durante lo que se conoció como guerra sucia.
La Casa Blanca tuvo que admitir que ha incurrido en excesos en las escuchas telefónicas e intercepción de comunicaciones privadas y ahora el Secretario de Justicia está en el ojo del huracán porque abusó de su poder para remover a fiscales que no eran del gusto de los republicanos, una acción insólita para un país de leyes como fue Estados Unidos. Pero ni modo que íbamos a esperar que en el intercambio entre Bush y Berger nuestro presidente respondiera al informe sobre los derechos humanos que unilateralmente prepara el Departamento de Estado recordando a Bush los abusos de Guantánamo, de Abu Ghraib o de las cárceles secretas y los secuestros realizados por la CIA en Europa.
Precisamente el daño mayor hecho por Bush ya no al mundo, sino a su propio país, fue el de aniquilar un sistema de libertades civiles construido con mucho esfuerzo y lucha para convertir a ese país en modelo de respeto a la ley. Todo eso es lo que Bush se pasó por el arco del triunfo, como se pasó la dignidad de los países que en forma arrogante visitó en este viaje.