A veces dentro de este pasar continuo en la vida, nos encontramos de manera constante variando nuestras relaciones humanas a lo interno y externo. Algunas personas llegan a ser significativas en nuestra existencia y otras no. Pero cada vez que se produce un encuentro agradable en nuestras relaciones interpersonales, este suele ser profundo, por casi toda la vida, es como una marca que queda grabada en nuestro corazón.
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Pero en algunas oportunidades, nos tenemos que preparar para separarnos de estas personas que se han constituido en importantes. A veces nuestros caminos se tornan contrarios, en otras ocasiones el espacio, el tiempo, la diversidad de intereses nos van separando. Esta separación indudablemente se traduce a dolor, aun pensando que el motivo por el cual esté lejos de nosotros este ser querido, sea parte de una bienaventuranza para él o aún para nosotros. Solemos ser como niños reclamando lo que queremos, la compañía y el compartir con ese otro, quien nos conoce y entiende. Donde nuestros vínculos de amistad se han extendido a los fraternos.
Compartir una exposición de orquídeas, observándolas desde la más pequeña a la mayor, con sus distintas fragancias y colores, aprender cuales de ellas necesitan de más calor y de luz, así como de los cuidados que estas bellas y sencillas flores necesitan y merecen. Una pequeña visita a una exposición de flores, de pinturas, se convierte en una cátedra de vida, un compartir de nuestros puntos de vista, aprender de manera conjunta a alegrarse mucho con tan solo poco.
Encontrar en lo cotidiano y trivial, lo hermoso y espléndido. Disfrutar con una copa de vino una larga conversación, hasta que la Luna dice un tímido adiós. Darle vueltas a nuestros asuntos, de un modo a otro, vislumbrar ilusiones, caminos y despejar verdades.
Comentarnos que hemos visto a la Luna, que hemos visto un arcoíris, que nos sentimos contentos, aburridos, tristes o alegres. Que nos hemos sentido enamorados y esta vez sí que va en serio. A veces, cambiando de opinión como de amores de tiempo en tiempo.
Enojarnos en el diario vivir y solventar nuestros problemas. Expresar nuestros sentimientos, enriquecernos con nuestras críticas y comentarios. Este tipo de encuentros son los que nos proporcionan la oportunidad de sentirnos vivos.
Sin embargo, la gente muchas veces se encuentra allí para que aprendamos a convivir con ella, pero cuando ya aprendimos, no queramos soltar su compañía y entonces, el adiós puede hacerse presente e inevitable. Con amigos de infancia, de adolescencia, de la edad adulta y de toda la vida.
Hay amores y amores, pero el amar a un amigo, es una vivencia diferente, es aprender de la hermandad sin vínculos genéticos ni biológicos. Sin desear nada más que el convivir, apreciar el respeto de esta práctica, el aprendizaje que ella implica y celebrar de manera conjunta la vida del otro.
Ensimismarnos dentro del asombro que nos produce la naturaleza, la creatividad y la necesidad de construcción de vínculos que nos señalan que unos y otros nos encontramos vivos, aclamando la vida.