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Un hombre caminaba por una calle muy oscura cuando a lo lejos vio venir a otro con un farol encendido en la mano.
Cuando se hubo acercado lo suficiente, puedo ver que el hombre caminaba con los ojos cerrados y después de dos o tres pasos se dijo a sí mismo que tal vez el hombre del farol era ciego y si era así, ¿para qué quería el farol?
Regresó y alcanzando al hombre le preguntó:
–Amigo, ¿es usted ciego?–
–Sí, señor, lo soy– contestó el otro.
–Entonces, ¿para qué lleva usted esa luz, si no puede ver?–
–Para que la gente no tropiece conmigo–. Respondió el no vidente.
Nosotros también podemos hacer brillar nuestra luz para no ser piedras de tropiezo en el camino de otros. No permanezcamos en la oscuridad de la indiferencia, la mentira y el engaño.
En verdad es aconsejable a las primeras sombras encender nuestra luz, la luz de la lámpara con que Dios nos ha provisto para iluminar nuestro camino y el de los demás.
El hombre no se pierde si camina a la
luz de la verdad.