Saddam Hussein fue un dictador que causó la muerte a muchos de los habitantes de Irak y torturó a otros tantos. Pero en la guerra contra el terrorismo, declarada por George W. Bush luego de los brutales atentados del 11 de septiembre de 2001, no tenía vela en el entierro. Desde el principio se estableció que los atentados se realizaron bajo la dirección material y espiritual de Osama Bin Laden, líder de Al Qaeda, cuya presencia física localizada en Afganistán provocó un ataque masivo contra ese país sin que se pudiera dar con el paradero del terrorista.
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Hussein fue condenado ayer a la horca luego de un juicio realizado por un tribunal nombrado desde los días en que no existía aún ningún gobierno iraquí. La coincidencia entre la fecha en que se produce la sentencia a muerte de Hussein y las elecciones en Estados Unidos pareció importar poca cosa aunque sólo fuera para guardar apariencias. Lo importante para Bush es que a cuarenta y ocho horas de que su pueblo vaya a las urnas, pudiera tener al menos una noticia «favorable» de la guerra en Irak y que pudiera cantarse victoria en la lucha contra el terrorismo, aunque la misma hiciera un dudoso trueque. Ya que no se pudo capturar ni localizar a Bin Laden, causante de las miles de muertes en las Torres Gemelas de Nueva York y del Pentágono, así como de los pasajeros del vuelo de United que se estrelló en una remota región de Pennsylvania, por lo menos la imagen del otro barbudo que ha permanecido entre ceja y ceja de esta administración republicana.
Fue tan descarada la vinculación del tribunal con la Casa Blanca que programaron el fallo para que tuviera cabalmente efecto electoral. Ni muy pronto para que diera tiempo a que la violencia resultante fuera a ser un tiro por la culata, ni demasiado tarde como para que no pudiera impactar en la mente de los electores que tendrán que decidir si dan a los demócratas en control de la Cámara de Representantes y del Senado.
Si de genocidio y crímenes de lesa humanidad se trata, yo diría que hay algunos que no tienen barba, pero que de todos modos la debieran poner en remojo. Porque si la cantidad de iraquíes muertos es un indicador del genocidio, Dios libre a algunos que hoy se sienten intocables. Si la tortura indiscriminada y autorizada directamente desde la casa de gobierno es motivo de una condena a la horca, el cadalso podría servir también para otros.
El problema para Bush es que esta condena será como todas sus victorias: pírrica. Y es que ya veremos que el pueblo de Irak se convulsiona como resultado de la decisión de un tribunal que no es visto, al menos por los suníes, como autónomo y representativo de la soberanía del pueblo. Y si ya las cosas estaban color de hormiga en Irak antes de esta condena, ahora que se dicta veremos que hay nuevos focos de violencia y descontento.
La ceguera del Gobierno de los Estados Unidos parece no tener parangón en la historia y creo que el tiempo y la historia juzgarán a este régimen como el más destructivo para la solidez del sistema político, jurídico y social de los norteamericanos. Se manosean leyes propias y ajenas, se juega burdamente con los sentimientos de la gente, se mete miedo a la población y se corrompe a las instituciones, todo en nombre de lo que ya definió correctamente el ex canciller alemán, Gerhard Schroeder, quien dijo que el problema de Bush es que cree que todas sus decisiones son dictadas por el mismo Dios. Ese absurdo y lunático mesianismo le pasará tarde o temprano la factura a esa gran nación.