¿En verdad quién destruye las instituciones?


Terminando de ver uno de esos noticieros de la televisión abierta que en Guatemala concesionan sus espacios para publicitar dizque realizaciones de entidades públicas, me siento frente a la computadora para rebatir uno de tantos cortos «informativos», en donde el alcalde Arzú lanza aquellos denuestos que usualmente emplea en contra de los medios de comunicación que no le siguen su juego, señalándolos de dedicarse a destruir a las instituciones, aunque acepta que estas siempre han tenido sus problemas y que hoy más que nunca han sido evidentes, aún así­, aduce que eso no es razón para emprenderla contra la Corte Suprema de Justicia y otras instituciones.

Francisco Cáceres Barrios

Me mantengo enterado de la mayorí­a de las noticias y comentarios que se publican en el paí­s, por lo que puedo asegurar que no he visto crí­ticas con la intención de destruir a nadie, tal como lo asegura don ílvaro, al contrario, la gran mayorí­a de señalamientos periodí­sticos han sido en contra de la gente que trabaja en ellas, puesto que con sus malas actitudes y comportamientos son los que han venido destruyendo su buena imagen, prestigio y calidad. No es la prensa entonces, sino las personas que trabajan en las entidades mencionadas, las responsables de su deterioro. Ejemplos para demostrar lo anterior abundan, pero basta mencionar que lo que ha venido ocurriendo en los tribunales, en el Congreso de la República, en la Contralorí­a de Cuentas o en el Ministerio Público, no es culpa de la institución per se, sino de sus jefes y empleados que con mentiras y corrupción en vez de reforzar su edificación, han ido carcomiéndose sus cimientos hasta llevarlas al punto del desplome.

Es cierto que hay instituciones mal estructuradas. Su más claro ejemplo es el Congreso, a donde llegan diputados que lo que menos tienen es capacidad, experiencia y trayectoria de honorabilidad para edificar un mejor parlamento. Otras, como la Contralorí­a o las encargadas de la seguridad nacional o para hacer justicia han seguido lastimosamente estos ejemplos y si alguien lo duda, ¿cuántas investigaciones de opinión se han hecho cuyos resultados demuestran todo lo contrario a las que debieran ser modelos de rectitud, ética y buenos principios?

Es un contrasentido buscar a estas alturas chivos expiatorios cuando han quedado a las claras tantos malos manejos, pero si alguien duda de la rectitud e imparcialidad de los medios de comunicación al denunciar tantos hechos deleznables ocurridos adentro de las instituciones del Estado, ¿cuál es entonces la sistemática oposición para impedir el libre acceso a la información? No se busca por prurito, sino porque la Constitución así­ lo garantiza. Reza el refrán: «El que nada debe nada teme», no veo entonces la razón para que muchos estén ahora con un continuo temblor de canillas.