En torno al cambio del Fiscal General


Desde hací­a varias semanas corrí­a el sordo rumor respecto a que el abogado Juan Luis Florido abandonarí­a el cargo de Fiscal General de la República y Jefe del Ministerio Público, aunque no se sabí­a con certeza si presentarí­a su renuncia o serí­a destituido por el presidente ílvaro Colom.

Eduardo Villatoro
eduardo@villatoro.com

Las especulaciones señalaban, también, que el propio fiscal Florido estaba negociando con el mandatario su salida del MP, a cambio de un cargo diplomático, para que su retiro estuviera rodeado de una aureola de respeto, además de que al hacerse cargo de una embajada estarí­a cubriéndose las espaldas en dos sentidos: gozarí­a de inmunidad ante eventuales denuncias que pretendieran plantear personas individuales o grupos por supuestos actos anómalos, y estarí­a protegido de presuntas venganzas de criminales poderosos que fueron perseguidos y/o encarcelados durante su gestión.

Al momento de escribir estos apuntes, desconozco si el Consejo del Ministerio Público se reunió de emergencia para designar al sustituto temporal o definitivo del licenciado Florido, como lo establece el artí­culo 15 de la Ley Orgánica de la institución, o si el presidente Colom procedió arbitrariamente; pero lo cierto es que, desde mi perspectiva, el nombramiento es acertado en lo que atañe a la persona designada, básicamente porque el nuevo Fiscal General es un abogado totalmente ajeno a cualquier corriente polí­tica, lo que garantiza que su actuación al frente del MP no estará cargada sectariamente por intereses ajenos a la persecución penal.

El licenciado José Amí­lcar Velásquez Zárate ha dedicado los últimos 15 de su vida profesional al servicio del Ministerio Público y es considerado como un funcionario honesto, capaz y sumamente responsable en sus funciones; además de su sencillez y prudencia, como lo demostró al responder a preguntas que le lanzó una reportera de elPeriódico, al ser cuestionado minutos después de haberse oficializado la renuncia del ex fiscal Florido.

En efecto, cuando se le preguntó su opinión sobre la salida de su antecesor, Velásquez Zárate contestó con parquedad: «Es una decisión que debemos respetar. Sus motivos tendrá…» Ante otra interrogante relativa a cómo califica la gestión de Florido, el recién estrenado Fiscal General advirtió: «Eso no lo podrí­a responder, pues soy parte de la institución, y no soy el indicado para calificar su gestión».

Esas respuestas y sus antecedentes en el MP podrí­an tomarse como un reflejo de la personalidad de Velásquez Zárate en cuanto a que no es un hombre que busca protagonismo, sino, más bien, prefiere mantener perfil bajo, aunque en el nuevo cargo necesariamente tendrá que figurar en primer plano.

Con todas las cualidades que se le puedan atribuir al licenciado Velásquez Zárate, sin embargo, y tal como lo comentaba brevemente con í“scar Clemente Marroquí­n la mañana del martes anterior, el Ministerio Público y la administración de justicia en general no dependen exclusivamente de la capacidad e idoneidad de un funcionario, por muy buenas que sean sus intenciones, pues si bien es cierto que se requiere de un Fiscal General alejado de la polí­tica partidista, experimentado en la persecución penal y con honestidad a toda prueba, esa institución demanda que todo el personal esté imbuido con vocación de servicio, además de que requiere de más recursos humanos y técnicos, y debe relanzar los ví­nculos con la Policí­a Nacional Civil, para que, en realidad, ambos entes caminen estrechamente unidos, a fin de que la PNC se convierta en el principal auxiliar del MP en la persecución de delincuentes, esclarecimiento de crí­menes y sindicación de los antisociales ante los tribunales de justicia, para que sean juzgados y condenados al presentarse las evidencias del caso.

Tal como lo adelantó el mismo Velásquez Zárate, es imperativo el fortalecimiento del Ministerio Público en materia de investigación y en concederle importancia privilegiada a la prueba cientí­fica, porque se ha demostrado que la prueba testimonial es débil y suele ser adulterada por presiones extrañas.

(El auxiliar fiscal Romualdo Cekreto, presumiendo de discreto en una investigación muy confidencial, asegura: -Mi boca es una tumba. Un colega suyo repone: -Ya decí­a yo que alguien aquí­ tení­a mal aliento).