Generalmente los guatemaltecos somos pródigos en la descalificación, abundantes en la crítica y generosos en la censura, pero avaros en el encomio y mezquinos en el reconocimiento. Así inicié un artículo publicado en La Hora el 21 de julio de 2005, a manera de introducción, para, seguidamente, dar a conocer un caso específico en el que fue protagonista un fiscal del Ministerio Público, que actualmente  encabeza la Fiscalía Contra el Crimen Organizado.
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   Y si usted es lector de este diario, ha de haber leído el pasado viernes 11 un encomiable Editorial que destaca el coraje y la honestidad del penalista Rony López, titular de la mencionada fiscalía, a raíz del atentado de que su familia fue víctima días antes, y en cuyo suceso falleció un agente de la PNC.
  Recogía el Editorial el comentario popular acerca de que con «otros tres funcionarios como él (Rony López) otro gallo le cantaría al país en la lucha contra la impunidad, dado el valor y entereza con que realiza su difícil y riesgoso trabajo». Además de estas facetas del penalista, debo recordar la sensibilidad humana y el espíritu de servicio del fiscal López (a quien no conozco personalmente), como lo demostró un domingo de julio de 2005, cuando disfrutando de su descanso familiar en las instalaciones del IRTRA de Retalhuleu, acudió en auxilio de unos jóvenes extranjeros y un guatemalteco que gozaban de las delicias del mar en playas del puerto de Champerico.
  Según me contó en esa ocasión el entonces estudiante de Derecho Jorge Granados Mancio, él y tres señoritas, una de ellas originaria de Suecia, la otra inglesa y la tercera norteamericana, así como un muchacho, también de Estados Unidos, y uno más procedente de Inglaterra, fueron atrapados en el mar por un alfaque, habiendo fallecido el británico Lee Kevin Mills.
  Los jóvenes sobrevivientes trasladaron el cadáver de este chico a Retalhuleu, pero no pudieron localizar al Juez de Paz de esa ciudad, para que autorizara la autopsia del desdichado muchacho; pero, afortunadamente, otro muchacho que se enteró del infortunio y de las dificultades que sus compañeros afrontaban para llevar el cuerpo a Quetzaltenango, conocía al fiscal López y sabía que él se encontraba en Xetulul.
  De inmediato, este funcionario, sin ser de su competencia el caso, abandonó su descanso y se puso en comunicación con la fiscal Elsie Búcaro, de Retalhuleu, quien también auxilió a los jóvenes extranjeros, que de esa manera lograron su propósito. No es una hazaña, pero sí ejemplo de responsabilidad de un fiel y consecuente servidor público.Â
  (La esposa del auxiliar fiscal Romualdo Tishudo le reclama: -¡Vos nunca me comprás flores! El marido replica: -¿Pero por qué? Si aún estás viva).