Siguiendo con las obras musicales de Franz Schubert, pesar de la modesta y fugaz existencia que tuvo este gran músico, la inspiración melódica, en la cual se funden tan extraordinariamente la serenidad y la pasión, la melancolía y la sensualidad, debe haber brotado incesante, instintiva y casi inconscientemente y como homenaje a Casiopea, cuyo único sonido se convierte en cascada de miel, esposa dorada, quien es barco desempleado en mi corazón ardiente y a quien ciño la cintura en la plenitud del alba.
Schubert no disponía ni siquiera de un piano, pero durante toda la mañana en el verano, a partir de las siete, en el invierno, a partir de las nueve, estaba sentado ante su mesa de trabajo, escribiendo una canción después de otra. Siendo todavía casi un muchacho, a los 18 años de edad, obsequió al mundo en dos años dichosos con unos 250 lieder. La fuente de inspiración que brotó entonces con una fuerza vital incomparable, no había de agotarse hasta su muerte en plena edad juvenil. En los doce años siguientes, que todavía le fueron concedidos de vida por el destino, el número de sus composiciones para voz y piano se elevó hasta seiscientas.
Liszt le llamó en alguna ocasión el músico más poético que jamás había nacido; con ello caracterizó, en pocas palabras acertadas, el punto cardinal de su producción. La selección meticulosa que hizo Schubert de los textos poéticos para sus melodías, revela una comprensión vasta e incomparable para la poesía; casi todos los poetas del círculo de sus amigos austriacos, pero también los líricos alemanes más importantes entre los años 1740 y 1825, de Klopstock y Goethe hasta Heine, están representados en su obra vocal. La integridad de la poesía fue para él un verdadero evangelio. Se abandonó con una compenetración tan completa, tan cariñosa, al contenido emotivo de sus textos, que su música para ellos no solamente lo refleja hasta en sus más íntimas profundidades, sino que Schubert creó en realidad un estilo musical personal, que coincidía perfectamente con el carácter de cada uno de los poetas de sus canciones.
Se nos abre un mundo maravilloso cuando observamos con qué infalibilidad instintiva supo Schubert plasmar musicalmente cada una de las poesías escogidas, hecho aún más asombroso, cuando nos damos cuenta de que siempre supo acertar, entre las distintas formas musicales, de una variedad ilimitada, la más adecuada al carácter poético del texto.
El piano perdió en sus lieder definitivamente la función subordinada de mero instrumento acompañante, para participar decisivamente en la caracterización musical del argumento poético. En el curso de su evolución, Schubert llevó a una solución ideal el problema básico de todo arte vocal: la necesidad de unificación musical de las diferentes estrofas, en combinación y concordancia con su distinto contenido poético.
Por este camino, partió de los dos casos extremos tradicionales: la canción de composición seguida y la estructurada según sus estrofas, para fundir estos dos principios, paulatinamente, en la canción de estrofas variadas. En la última fase de producción, creó mediante la disolución de un tercer factor constructivo -la declamación recitativa- un nuevo tipo de canción, con el cual culminó, en una perfección clásica, la obra de su vida.
Por lo tanto, la producción de Schubert en el dominio del lied constituyó al mismo tiempo una innovación decisiva en este género y su perfeccionamiento clásico.
Después del carácter impersonal y árido de la canción nacionalista alemana, significó, a partir de sus lieder sobre poesías de Goethe (1815), el inicio de un arte de supremo subjetivismo emotivo: el arte del lied romántico. Con sus obras siguientes, como los Lieder del Molinero, El Viaje Invernal y las canciones sobre poesías de Heine. Schubert amplió cada vez más las construcciones formales de sus composiciones, hasta llegar en ellas a la máxima perfección expresiva.