Continuamos con nuestro tema con Franz Schubert quien marca todo el conocimiento acumulado hasta entonces de nuevos elementos y nuevas formas musicales, engendró, por fin, un nuevo siglo: el Siglo de las Luces y así una nueva época: el principio de la era que estamos viviendo. Por otra parte, esta columna es un homenaje a Casiopea, esposa de tul y ámbar, quien es fin del llanto y principio del sueño, ángel que olvidó su eternidad en mis estancias y quien es agua de clara frescura que dejó en mis párpados su dimensión de espuma sideral.
En tal sentido, puede afirmarse con toda propiedad que Franz Schubert fue el primer compositor de esta nueva época y por tanto, fue esencialmente romántico. Sin embargo, no hay que olvidar que recibió a la vez, en el curso de su vida, toda la herencia del clasicismo musical.
Schubert, como muchas veces lo hemos dicho, tuvo un talento musical totalmente espontáneo y de gran intuición. Su vida fue, por ello, una fugaz genialidad, como la vida de un Elfo Profundo, de los que habla J. R. R. Tolkien en sus maravillosos libros.
Entrando de lleno en el somero análisis de la obra de este extraordinario compositor vienés, diremos que aunque Schubert había conocido ya durante sus estudios en el Stadkonvikt las sinfonías de Haydn y de Mozart, la figura de Beethoven hubo de atraerle cada vez más poderosamente, como el ejemplo más grandioso a imitar para su propia producción instrumental.
Con la temprana obra beethoveniana, el tipo formal clásico en la música instrumental había alcanzado la mayor perfección. Para Schubert, el continuador, no se trataba, pues, de introducir en ella innovaciones, ni ampliaciones, sino de aproximarse, con sus propios recursos musicales, a una forma objetivamente constituida y reconocida como ideal.
En su producción pueden distinguirse con gran claridad varias fases en su evolución estilística:
Los años de 1810 a 1813 comprendieron los primeros ensayos juveniles, de grandes vacilaciones en la estructuración formal, como lo manifiestan los cuartetos de aquellas épocas. Después del año 1815, el año del primer florecimiento del lied schubertiano, el compositor inició un nuevo procedimiento de plasmación formal basada en el modelo clásico, de lo cual son testimonios encantadores las Sonatas para piano Op.122, Op.147 y Op.164, y las seis primeras Sinfonías. Pero en esta dirección, Schubert no llegó a un resultado satisfactorio; los años 1818 y 1819 marcaron una profunda crisis en toda su obra instrumental: su esfuerzo desfalleció en el momento mismo del primer arranque; las obras comenzadas quedaron inconclusas para siempre.
Sólo después de algunos años de completa improductividad, se preparó, a partir de 1822 (año en el cual Schubert compuso su Sinfonía Inconclusa), un nuevo auge de su producción instrumental, en el cual el compositor llegó a escribir espontáneamente y sin plantearse problemas ajenos a su temperamento musical. Esta época del máximo despliegue de su inspiración, a la cual pertenecen obras como sus grandes Cuartetos para instrumentos de cuerda en la menor y sol mayor, culminó durante el año 1825 en sus grandes Sonatas para piano, como las Op.42 y Op.63 y la Fantasía, Op.78.
En su última fase de producción, Schubert intentó nuevamente la fusión del modelo de las grandes estructuraciones formales clásicas con los recursos musicales de su propia individualidad. En esta fase nacieron la VII Sinfonía, en do mayor, y las últimas sonatas para piano (póstumas), en do menor, la mayor y si bemol mayor. La profunda tragedia que encierra este problema nunca resuelto en forma decisiva por el compositor, contradice suficientemente la idea popular de un Schubert siempre alegre, como figura representativa del estilo pequeño-burgués, de sentimentalismo típicamente austriaco.
El conflicto que se planteó a los compositores del Romanticismo a consecuencia de esta situación problemática frente al clasicismo musical, había de resolverlo cada uno de ellos por su cuenta, tanto Schubert y E. T. A. Hoffmann, como Robert Schumann y Hugo Wolf. Pero lo que destaca en el caso de Schubert es la proximidad inmediata, en el tiempo, de la figura de Beethoven, aproximación que agudizó notablemente la inevitable colisión: Los Lieder de Schubert o canciones íntimas.