Empezó en el Medio Oriente y se fue propagando por muchos lugares del mundo. La gente inconforme con la situación de su país y la conducción no sólo de los asuntos públicos sino de las finanzas en el sector privado, ha ido uniéndose para realizar distintas expresiones de protesta que nos demuestran un rápido crecimiento al punto de que se puede hablar ya de un movimiento global que se manifiesta lo mismo en Europa que en Norteamérica, donde los trinquetes de Wall Street son el blanco de la indignación.
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Por supuesto que decir que en “todos lados†es una verdadera exageración, porque hay sitios como Guatemala donde a pesar de que hay tanto por qué estar inconforme, lo único que crece es la cantidad de conformistas, de gente que acepta las cosas tal y como son sin chistar ni preocuparse por las consecuencias. Siempre he pensado que el nuestro es un país donde no se puede uno explicar la existencia del conservadurismo porque viendo bien las cosas no hay mucho que conservar y sí mucho que cambiar, renovar, oxigenar y hasta revolucionar si es que vale el término. Porque no puede ser que nuestra sociedad siga mostrando los niveles de violencia que enlutan a tanta gente, los niveles de alimentación que mantienen desnutridos a nuestros niños, un sistema hospitalario que sirve para que los vendedores de medicinas sigan amasando millones mientras la gente se muere por cualquier infección intestinal. No podemos tolerar un país sin justicia, donde campea la impunidad y se alienta la corrupción, pública y privada, como parte de un sistema que presume con su principal producto de exportación, el de nuestra mano de obra, porque mantiene el ritmo de nuestra economía que sin las remesas de los chapines que se parten el alma trabajando afuera y el dinero sucio del crimen organizado, hubiera tronado hace rato.
Esas pinceladas debieran ser suficientes para que Guatemala fuera ejemplo en cuanto a la consolidación de un movimiento de inconformes, porque tenemos abundantes razones para protestar, para estar a disgusto con la forma en que se dan las cosas en nuestro país. Y no es únicamente el gobierno el culpable de lo que sucede, sino que hemos relajado tanto los valores que damos por aceptable cualquier trinquete y el surgimiento de cualquier fortuna, sin que importen los medios ni los instrumentos que se usaron para amasarla.
Viendo las imágenes de los inconformes que protestan por la forma en que el dinero del público norteamericano se lo repartieron en bonos los ejecutivos de las grandes empresas financieras, piensa uno si no sería tiempo de que en Guatemala también protestemos por la forma en que los fideicomisos son administrados cínicamente por las más “respetables†instituciones para tapar los hueveos de los más descarados ladrones de nuestro entorno.
Pero alguna forma de maldición cayó sobre nuestro pueblo, a saber por qué, y como consecuencia de ello somos un país lleno de conformes, de gente que vive tranquila en medio de ese torbellino de podredumbre, violencia y falta de conciencia social. Somos un país en el que nadie se inmuta ante la muerte, sea ésta por el robo de un pinche celular o porque los funcionarios de salud prefieren sus comisiones que proveer adecuadamente los hospitales para que puedan atender a la gente. Somos un país que llora sangre porque carecemos de sentimiento de ciudadanía, de responsabilidad para cumplir con nuestros deberes y encontramos más cómodo vivir en esa expresión colectiva de indiferencia que permite que pase inadvertida nuestra propia actitud irresponsable y falta de compromiso para cambiar lo que hay que cambiar.