Mi hija Lorena quien se encuentra mediante una beca realizando estudios de posgrado en una universidad de Estados Unidos, me envió un correo electrónico con una interesante reflexión en torno a que Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura 1982 tiene un estilo fenomenal para llegar al corazón de los lectores. Basta leer cualquiera de sus libros o artículos para darse cuenta de la magia con la que maneja el idioma transmitiendo sus mensajes de una manera extraordinaria.
La agencia argentina de prensa ARGENPRESS difundió estos días un excelente trabajo del laureado escritor colombiano, a propósito de la pérdida del verdadero espíritu de la Navidad ya que muchas personas lo que hacen es dedicarse a la parranda, bebiendo licor sin límite, o lanzándose en forma desenfrenada a los centros comerciales para hacerle el juego al consumismo típico del sistema capitalista para «quedar bien» con los demás por encima de sus recursos reales, lo cual les lleva a afrontar luego serias angustias económicas contrayendo grandes deudas por las que tendrán que pagar intereses. .
Pero lo más importante es lo que el Premio Nobel de Literatura señala en el sentido que «Ya nadie se acuerda de Dios en Navidad». El pretexto de tanto despilfarro es el nacimiento del Niño Dios, pero según García Márquez, muchos lo celebran como si en realidad no lo creyeran. Lo celebran además muchos millones que no lo han creído nunca, pero les gusta la pachanga. Agrega que muchos otros estarían dispuestos a voltear el mundo al revés para que nadie lo siguiera creyendo.
El escritor puntualiza que en los últimos 30 años alrededor de la Navidad se ha producido una operación comercial de proporciones mundiales que es al mismo tiempo una devastadora agresión cultural. El Niño Dios fue destronado por el Santa Claus de los gringos y los ingleses, que es el mismo Papá Noel de los franceses y a quienes todos conocemos.
Añade que Santa Claus llegó con todo: el trineo tirado por un alce, y el abeto cargado de juguetes bajo una fantástica tempestad de nieve. «Todo esto nos lo mandaron para América Latina, con toda una cultura de contrabando: la nieve artificial, las candilejas de colores, el pavo relleno y estos 15 días de consumismo frenético al que muy pocos nos atrevemos a escapar».
El Premio Nobel de Literatura califica esta celebración como la fiesta más espantosa del año. «Una noche infernal en que los niños no pueden dormir con la casa llena de borrachos que se equivocan de puerta buscando donde desaguar, o persiguiendo a la esposa de otro que acaso tuvo la buena suerte de quedarse dormido en la sala. Mentira: no es una noche de paz y amor, sino todo lo contrario».