En memoria del doctor Carlos González Orellana


Eduardo-Villatoro-2014-2

Durante  la  Primavera Democrática, es decir, en el periodo de 1944 a 1954, bajo los gobiernos del doctor Juan José Arévalo y el Soldado del Pueblo Jacobo Árbenz Guzmán, cuando en Guatemala florecieron la cultura, la educación, las  bellas artes y otras manifestaciones del alma y del espíritu, sin descuidar la formación de atletas de distintas disciplinas, además de las grandes obras de infraestructura que aún perduran pese al paso del tiempo.

Eduardo Villatoro


Fue en ese entorno en que la lectura de cualquier clase de literatura era estimulada, que la asistencia de presenciar obras de teatro de calidad era frecuente, en el que se desarrolló la juventud de quien se convertiría en uno de los más valiosos pedagogos de Guatemala, no sin antes servir con decoro y honestidad a su Patria en cargos que lo honraron durante los  gobiernos revolucionarios, desempeñándose de Secretario de la Presidencia y Viceministro de Educación.

Con la invasión norteamericana a Guatemala en 1954 que encabezó al coronel Castillo Armas, al frente de una banda de mercenarios, cientos de guatemaltecos se vieron obligados a huir del país, incluyendo a intelectuales, dirigentes sindicalistas, universitarios.

Entre lo que buscó refugio en México y otros países hermanos cuyos gobiernos y pueblos abrieron sus brazos y puertas para dar cobijo a los guatemaltecos perseguidos por la barbarie y la estulticia se encontraba el maestro Carlos González Orellana, quien, viviendo modestamente en el exilio y siempre dedicado a sus labores en la docencia y la investigación científica en el ramo de la pedagogía, naturalmente, se dedicó a escribir importantes obras históricas y de análisis que no han perdido actualidad y siguen siendo libros de consulta obligada para los que desean asimilar conocimientos y contribuir al adelanto educativo del país aun en medio de un contexto político, económico y social que es el menos propicio para la creación y la cultura.

 La pródiga vida del doctor González Orellana se extinguió el pasado lunes, en el Hospital General del IGSS, esmeradamente atendido por médicos y enfermeras, donde han expirado otros intelectuales guatemaltecos que no se enriquecieron en el poder ni con su profesión, pero que fortalecieron el amor, la fidelidad y el respeto a esta dulce y querida Patria nuestra.

 (El ocioso Romualdo Tishudo repite a menudo esta frase que leyó en alguna parte y  no recuerda el nombre del autor: –Yo tampoco sé nada de nada; pero no lo ando presumiendo y pregonando como un tal Sócrates que dicen que es filósofo griego).