En memoria de Facundo Cabral


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Participo indirectamente en la confección de una revista literaria y de opinión polí­tica que en poco tiempo saldrá a la luz y estamos un poco atormentados por las noticias que recogemos a diario: primero la muerte de Cabral y ahora la de Bauer Paiz. Buscamos tí­tulos  para su edición y entre tantas ocurrencias, alguien ha sugerido la siguiente en memoria del vate argentino: “dio su vida por la vida”.

Eduardo Blandón

 


 Es un tí­tulo muy religioso que en mi arrogancia habrí­a apostado que sólo a mí­ se me hubiera ocurrido.  Pero no, hay entre la sociedad una especie de reconocimiento por una humanidad extraordinaria, un misticismo sobrenatural y una vivencia casi apostólica de su vida.  De aquí­ eso de “dio su vida por la vida”, evoca una especie de Cristo posmoderno, barbado y con guitarra, llevando el Evangelio de las realidades terrenas a todos.  Â¿Arrebatos sentimentales?  Es posible, pero hay algo de legí­timo en esas percepciones turbadas por la muerte inmerecida de un poeta.  En realidad, como insistí­a el mismo Cabral, el artista es un ser fuera de este mundo.  Es aquel que por disposición de espí­ritu y exceso de sensibilidad, capta realidades que el profano ignora y a veces desprecia por limitaciones estructurales en la percepción de lo bello.   Por esta razón, pienso que no está desorientada la idea de santidad que subyace en eso de “dio su vida por la vida”.  Un santo pagano.  Un maestro de lo infinito.  Â¿Qué otra cosa puede ser un artista?  Un mistagogo, quien nos enseña a barruntar el misterio oculto tras realidades aparentes.  Su yeso, la guitarra.  Su voz, el canto, la melodí­a.  El maestro cantor, enseña a través de párrafos hilvanados por la experiencia de la vida y transmite valores, lo que importa, lo que vale para el tránsito terreno. Cabral es al mismo tiempo el ciudadano universal, el vate planetario, el testigo de la paz.  Cosmopolita porque nunca se sintió extranjero, los hombres eran sus hermanos y gozaba de las bendiciones de la tierra donde se presentaba.  Fue un poeta que trascendió su propia frontera, al conocer los secretos í­ntimos de la naturaleza humana, sabí­a penetrar la dermis de su auditorio, conmoví­a los corazones y provocaba la reflexión.  Como los buenos maestros, sabí­a captar la atención y embelesar.  También fue una especie de mensajero de la paz, sus visitas siempre produjeron frutos que generaban irremediablemente una cierta tranquilidad de espí­ritu.   Evidentemente un hombre así­ no era merecedor de la suerte que le tocó vivir.  Pero los santos, los profetas, los mí­sticos, los sabios, los grandes hombres y mujeres, en muy contadas ocasiones mueren obteniendo el reconocimiento y el aplauso público.  La mayor parte de ellos, son marginados, asesinados, excomulgados, escupidos, desterrados y a veces olvidados.  La muerte de Cabral es una especie de bautizo, su pasaporte de admisión al Olimpo de los inmortales.  Lo que no justifica, por supuesto, su trágica muerte. Como se puede ver, no es fácil lograr un tí­tulo para una revista que sintetice la estatura intelectual de un hombre extraordinario.  Pero, bueno, la indulgencia por la miseria de las palabras de repente pueda sustituir el silencio que provocan.