Permanecen siempre aquellos asombrosos y conmovedores personajes de la historia universal, observando el paso indetectable del espacio-tiempo de nuestra existencia. Estos relieves murales se encuentran ubicados en el auditórium del Conservatorio Nacional de Música de la Ciudad de Guatemala. Podría decirse que en verdad son palcos irreales, con un público ficticio integrado por sobresalientes artistas, genios de diversas ramas del conocimiento humano. Algunos de ellos poseen en común la melancolía y el dolor que padecieron a causa de la incomprensión y el desprecio de sus contemporáneos, pero hoy habitan en los palcos figurados de Efraín Recinos como dignos y merecedores personajes. En su libro ilustrativo «Difusores Acústicos» se hallan reunidos los 89 dramáticos, sublimes e insondables rostros de los artistas que él mismo escogió para inmortalizarlos, principalmente por sus tormentos psíquicos, su agonía existencial y su búsqueda continua de paz espiritual. Esta realidad se refleja en los hermosos retratos de los admirables protagonistas. Dentro de estas ilustres imágenes figura «La Esperanza», hermana de Hipnos, el Sueño, y que fue transmutada por la sensibilidad del Maestro Recinos en una dulcísima niña, infanta candorosa, indócil, alegre y juguetona, muñequita divina que realmente me hace sentir feliz. En su mirada y semblante general, «La Esperanza» manifiesta su «eterna espera» ante la amargura y el desconsuelo que a veces predomina en los seres humanos. A ella le dedico los siguientes versos: «Utópica esmeralda/ diamante/ perla/ alma/ etérea sibarita/ de celestial tesoro./ Mampara de mar y de montaña/ brizna de musgo/ en árido risco./ Hierática transblucencia/ bohemia legendaria/ del sidéreo prisma/ esplendente/ luminar del firmamento./ Voluta abstracta/ cosmopolita y metafísica/ sustancia absoluta/ hebra infinita./ Esperanzada esperanza/ benedictus alba/ benedictus ángelus/ benedictus luz.» En las páginas bifoliares 17 y 18, 19 y 20 del preciado volumen aparecen los retratos como están colocados en el auditórium del Conservatorio Nacional de Música, con el respectivo listado de los nombres del distinguido público permanente. Me estremece el rostro plañidero de la cantante de jazz y blues Bessie Smith: sus lágrimas de sangre manifiestan la injusticia a que fue sometida una y otra vez hasta el día de su muerte. En la absorta mirada de Artemisia Gentileschi, se proyecta su ira y deseos de venganza hacia Agostino Tassi, por la violencia y ultrajes que sufrió de él. Vincent Van Gogh, a pesar de la tensión interna y crecientes desequilibrios nerviosos, logró vislumbrar en el crepúsculo el rayo de luz del Sacro Alcázar, dorado trigo luminiscente. Un genio no deja de ser niño: así se distingue Wolfgang Amadeus Mozart, con el alma cantarina y el mágico encanto de su magna creación universal, mientras que el rostro de la escritora japonesa Murasaki Shikibu nos adentra en las sensaciones amatorias del príncipe Genji. Aprecio y me solidarizo con cada uno de los hermosamente detallados rostros del auditorio perpetuo, porque para mí simbolizan el lamento de siglos de exclusión, tortura y agobio que ha sufrido la humanidad. Cada pieza atesora minuciosamente fragmentos de la vida y obra del virtuoso y su figura. Cito algunos más: Jesús Castillo, Federico García Lorca, Alfonsina Storni, Frédéric Chopin, Duke Ellington, George Gershwin, Leonardo Da Vinci… Agradezco al Maestro Efraín Recinos desde el fondo de mi corazón el haberme obsequiado el vademécum «Difusores Acústicos» dentro del cual escribió la siguiente dedicatoria: «Para Grecia Aguilera/ Admiración./ Efraín Recinos/ 25feb2010.