En las mismas


El atentado cometido en contra de José Carlos Marroquí­n es un signo inequí­voco de que las cosas han cambiado poco, el monstruo sigue semidespierto y que eventualmente avisa que todaví­a él manda. El distraí­do o el optimista podrí­a pensar que en el paí­s vivimos «otros tiempos», que la época de «la violencia polí­tica ha terminado» y que estamos a punto de despegar para alcanzar el desarrollo. No es cierto, y si quiere pruebas de ese «eterno retorno» o de la simple permanencia, aquí­ tiene el caso de José Carlos.

Eduardo Blandón

En el paí­s ficticio de algunos, en Guatemala cualquier puede expresarse libremente, participar en el partido polí­tico de su gusto y hasta hacer una huelga de hambre o una manifestación que nada le va pasar. A lo sumo, dirí­an algunos, estas personas podrí­an morirse de frí­o, hambre o por algún incidente que escapa de las manos de las autoridades. Sin embargo, la realidad es otra. Participar en un partido polí­tico todaví­a es un acto suicida, ir a una manifestación es casi una sentencia de muerte y hasta hablar por teléfono puede crear crisis.

Todaví­a seguimos en esos tiempos de espionaje, amenazas, atentados y muerte inexplicable de polí­ticos. Aquí­ si alguien termina asesinado violentamente todaví­a se dice que se trató de un acto pasional porque sin duda (el muerto) era maricón ?con el perdón de los amigos- o de dudosa reputación. Incluso, vivimos en esos tiempos en que algunos polí­ticos (también al servicio de los dinosaurios o ingenuos pensando bien) salen al siguiente dí­a proclamando que se trató de un «autoatentado», que todo estaba planeado por ese partido polí­tico y que, de plano, lo que querí­a el sujeto que casi muere, era un poco de publicidad.

Vivimos en esos tiempos en que todaví­a la gente tiene que hablar sotto voce porque siempre se piensa que hay «orejas». Por teléfono se termina diciendo, «hablaremos de esto después» y las reuniones privadas son realizadas con cierto escrúpulo. Hasta el donjuán duda si la facilidad con que conquistó a la niña no será una «treta del ejército», trabajará para «los cuerpos de seguridad» o se trate más bien de su profesionalidad de seductor. No, no es cierto que las cosas hayan cambiado y hoy Guatemala sea otra.

Hasta algunos candidatos siguen en la prehistoria, sino fí­jese en aquel que anda ofreciendo «mano dura», «aplastar a las maras» y «destruir a los malhechores». Se sigue usando un lenguaje violento en una sociedad de posguerra que aspira a dejar en el pasado ese discurso caverní­cola. Pero algunos no pueden dar el paso a una vida civilizada y siguen ofreciendo con una cara de malo una paz al precio de sangre y castigo. Seguimos en el mismo punto, sin poder evolucionar y repitiendo los mismos errores del pasado.

Animo, sin embargo, a José Carlos para que siga adelante y tome fuerzas de donde sea para no darse por vencido. Si lo amenazan y lo amedrentan es porque algo está haciendo para el bien del paí­s y es un peligro para los grandotes. De lo contrario estarí­a tranquilo, sosegado y en reposo como muchos que no hacen nada por Guatemala.