El atentado cometido en contra de José Carlos Marroquín es un signo inequívoco de que las cosas han cambiado poco, el monstruo sigue semidespierto y que eventualmente avisa que todavía él manda. El distraído o el optimista podría pensar que en el país vivimos «otros tiempos», que la época de «la violencia política ha terminado» y que estamos a punto de despegar para alcanzar el desarrollo. No es cierto, y si quiere pruebas de ese «eterno retorno» o de la simple permanencia, aquí tiene el caso de José Carlos.
En el país ficticio de algunos, en Guatemala cualquier puede expresarse libremente, participar en el partido político de su gusto y hasta hacer una huelga de hambre o una manifestación que nada le va pasar. A lo sumo, dirían algunos, estas personas podrían morirse de frío, hambre o por algún incidente que escapa de las manos de las autoridades. Sin embargo, la realidad es otra. Participar en un partido político todavía es un acto suicida, ir a una manifestación es casi una sentencia de muerte y hasta hablar por teléfono puede crear crisis.
Todavía seguimos en esos tiempos de espionaje, amenazas, atentados y muerte inexplicable de políticos. Aquí si alguien termina asesinado violentamente todavía se dice que se trató de un acto pasional porque sin duda (el muerto) era maricón ?con el perdón de los amigos- o de dudosa reputación. Incluso, vivimos en esos tiempos en que algunos políticos (también al servicio de los dinosaurios o ingenuos pensando bien) salen al siguiente día proclamando que se trató de un «autoatentado», que todo estaba planeado por ese partido político y que, de plano, lo que quería el sujeto que casi muere, era un poco de publicidad.
Vivimos en esos tiempos en que todavía la gente tiene que hablar sotto voce porque siempre se piensa que hay «orejas». Por teléfono se termina diciendo, «hablaremos de esto después» y las reuniones privadas son realizadas con cierto escrúpulo. Hasta el donjuán duda si la facilidad con que conquistó a la niña no será una «treta del ejército», trabajará para «los cuerpos de seguridad» o se trate más bien de su profesionalidad de seductor. No, no es cierto que las cosas hayan cambiado y hoy Guatemala sea otra.
Hasta algunos candidatos siguen en la prehistoria, sino fíjese en aquel que anda ofreciendo «mano dura», «aplastar a las maras» y «destruir a los malhechores». Se sigue usando un lenguaje violento en una sociedad de posguerra que aspira a dejar en el pasado ese discurso cavernícola. Pero algunos no pueden dar el paso a una vida civilizada y siguen ofreciendo con una cara de malo una paz al precio de sangre y castigo. Seguimos en el mismo punto, sin poder evolucionar y repitiendo los mismos errores del pasado.
Animo, sin embargo, a José Carlos para que siga adelante y tome fuerzas de donde sea para no darse por vencido. Si lo amenazan y lo amedrentan es porque algo está haciendo para el bien del país y es un peligro para los grandotes. De lo contrario estaría tranquilo, sosegado y en reposo como muchos que no hacen nada por Guatemala.