Anabella Schloesser de Paiz (Guatemala 1952) ha publicado traducciones y cuentos cortos en antologías y revistas literarias en Estados Unidos, donde vivió 21 años. En Guatemala ha publicado La historia de Carlos Paiz- un hombre de Guatemala.
En esta novela, la autora con el buen manejo del secreto de la palabra escrita que sólo tienen aquellos que como ella son escritores, nos lleva a historia de conflictos entre guerrillas y ejércitos marcados por la culpa es una novela que narra la historia de una traición entre hermanos, la historia de una relación fraternal compleja e irresuelta.
El libro Donde los perros se vuelven lobos-editorial Alfanhui lo distribuye en Guatemala librerías Artemis Edinter. Un excelente trabajo que mantiene al lector en suspenso desde el principio hasta el fin. Le realizamos una entrevista y esto fue lo que nos dijo:
Donde los perros se vuelven lobos. ¿Cómo nace esta novela excepcional?
En los años 90`s, viviendo en Estados Unidos, me impresionaba mucho que cuando la prensa mencionaba la guerra civil que había ocurrido en Guatemala se presentara siempre a los militares como los agresores y a los indígenas como víctimas. Era una división limpia, que no tomaba en cuenta la complejidad de toda guerra y la realidad de nuestro país. El hecho que el propio ejército estaba formado en su gran mayoría por indígenas que, aunque llevaban uniforme militar, no dejaban por eso de ser indígenas me llevó a pensar que, como hijos todos de una misma tierra, en realidad se trataba de matanzas entre hermanos. Es así como decidí contar la historia de dos hermanos que pelean desde niños, como suele suceder, pero que no logran resolver sus diferencias, y que van creciendo con esa carga negativa que los lleva a hacer cosas de las que luego se van a arrepentir.
En la guerra siempre hay víctimas. ¿Cómo entrelaza esa lucha entre guerrilla y ejército donde el drama es fuerte en su novela?
Estoy totalmente de acuerdo con que en la guerra siempre hay víctimas. Lo que me parece a mí es que ellas están en todos los lados del conflicto, que por cierto son más de dos, y no solamente en uno de ellos. En la novela, uso el marco histórico para resaltar como las circunstancias del país llegan a afectar a todos y a cada uno de los habitantes, hasta los más removidos de las zonas de conflicto y de la acción militar, como sería el caso de Sheny. Hay muchas veces donde la novela penetra en la vida de personajes diversos para ilustrar cómo una acción política que acontece, en el mejor de los casos, con el afán de otorgar mayores privilegios y derechos a la población, resulta llevando miseria y tragedia a sus individuos.
¿Cómo ve el trabajo literario en hechos históricos como en Guatemala donde se llevó una guerra por 36 años donde miles de víctimas exigen justicia?
En mi caso, el escribir una novela en un contexto histórico fue una búsqueda para comprender cómo se llegaron a dar los años de guerra en el país. Traté de dejar los prejuicios a un lado para encontrar la verdad, y lo hice con cuidado porque sabía que, si tenía suerte, entre los lectores estaría precisamente aquella gente de la que usted habla, aquellas personas que tanto habían sufrido. Como dije, decidí narrar la novela de forma íntima, en una escala familiar. Si uno escribe generalidades, no logra convencer ni conmover a nadie, porque deja la impresión que los hechos históricos son fuerzas inamovibles e incontenibles que arrasan con todo como una aplanadora. Es fácil poblar la historia de buenos y malos, como si fuera un cuento de hadas. Pero la literatura se ocupa de las sutilezas; observa las vidas de los personajes, una a una, y nota que a la mejor el bueno de hoy es el malo de mañana, y viceversa. El ser humano tiene capacidad de cambiar, y lo hace no solamente por voluntad propia, sino por circunstancias que la vida le presenta. Es posible que al final la novela deje más preguntas que respuestas, pero creo que sí hace pensar al lector, y lo hace ver las cosas de forma distinta. Reconozco que hay instancias donde se impone exigir justicia. Pero hay otros casos donde la gente exige sin aceptar su responsabilidad en los hechos, y eso solamente viene a agravar las tensiones sin aportar ninguna solución constructiva. Si todo el mundo se dedica a acusar al prójimo sin comenzar por reconocer los errores propios, pues viviremos para siempre en un país dividido.
¿Cuándo nace ese deseo de ser escritora?
Creo que nace en el momento en que me doy cuenta que mis circunstancias me han distanciado de lo que más amo en la vida: la literatura. Vivía ya en Estados Unidos, estaba casada, tenía cinco hijos y un trabajo de tiempo completo. Ya no tenía tiempo ni para leer, que había sido el alimento favorito de mi infancia y mi juventud. Hablé con mi esposo y le dije que quería regresar a ello, esta vez de lleno. Entonces me metí a la universidad para estudiar literatura y cómo escribir ficción. Empecé tarde, pero siempre me han animado escritoras como Penelope Fitzgerald, quien publicó su primera novela a los 60 años. Yo ya le gané por seis, y quisiera seguir sus pasos. Ahora, si logro escribir la mitad de las novelas que ella hizo, me consideraré muy dichosa.
Luego de esta novela ¿está trabajando en otra?
Sí, ya estoy trabajando en ella, pero sólo en mi mente. Fue igual con mi primera novela. Me pasé años formulándola y dándole vueltas en la cabeza antes de sentarme a escribirla. Desde que la acabé hasta su publicación pasaron varios años donde escribí solamente cuentos cortos y ensayos sobre arte, un tema que me interesa muchísimo. Quería ver si lograba publicar la primera novela antes de sentarme a hacer la segunda. Había dedicado tanto tiempo a ese proyecto, que era importante completarlo; o sea, quería asegurarme que llegaría o podría llegar a los lectores antes de amarrarme de nuevo a una silla. Porque para escribir hay que dejar de vivir. O sea, se vive en forma vicaria a través de los personajes que uno crea, pero la propia vida se detiene, lo que no está mal tampoco como ejercicio de humildad, porque uno se da cuenta que el mundo sigue girando aunque uno se haya retirado.