Hace poco visité dos lugares de Guatemala tan llenos de contrastes como de lecciones. Gracias a la iniciativa de Asociación Puente, dirigida por varias excelentes guatemaltecas, un grupo de jóvenes de la pastoral juvenil de la Parroquia San Martín de Porres tuvimos la oportunidad de visitar la aldea Sexoy de Cahabón en Alta Verapaz con el objeto de instalar sistemas de captación de agua de lluvia a veintiocho familias de la aldea.
Para mí, el estar en estos lugares no era ajeno, pero la sensación de estar contribuyendo aunque fuera mínimamente con estas familias fue un sentimiento completamente nuevo. Esta aldea está situada en un cerro y el acceso a las casas de las familias es únicamente a pie, los caminos eran bastante angostos y en algunos casos a orillas de barrancos (si alguien cayera por estos barrancos seguramente sufriría lesiones graves), además las casas se ubicaban por grupos, para llegar a algunas había que caminar diez minutos, a otras cincuenta. De las cosas que más puedo destacar es la increíble generosidad de las personas más humildes, no importa su nivel de pobreza, siempre te reciben con una bebida y están atentos a tu comodidad dentro de sus propias limitaciones. Ellos mataban sus animales para darnos de comer, yo a veces no recuerdo ni siquiera dar un vaso de agua… son un verdadero ejemplo. Cada persona con la que pudimos compartir tenía una historia de inmensa necesidad, desde embarazos de pequeñas hijas, hasta muertes accidentales de niños, derrames cerebrales y por supuesto: desnutrición crónica. Escuché antes del viaje que la única diferencia entre ellos y nosotros es la oportunidad –completamente cierto–. Con el solo hecho de nacer en una familia diferente mis oportunidades fueron mil veces más que las de cualquier niño que pude abrazar en estas casas. Me pregunto ¿Si de los dos o tres millones que hemos nacido en la Guatemala urbana pudiéramos ir y experimentar el agradecimiento de estas personas, seríamos igualmente agradecidos por las oportunidades que Dios nos dio y se lo demostraríamos a ellos? ¿Qué tipo de Guatemala tendríamos si, como ellos, diéramos no lo que nos sobra, sino lo que nos falta para vivir? Grandes lecciones de bondad, de optimismo y de fe fueron las que nos dejaron estas familias grabadas en nuestro corazón. Y déjenme decirles que su pobreza no condiciona su felicidad, porque aun dentro de la pobreza creo que encontré gente más dichosa y feliz que aquí mismo, ¿Cuánto más felices pueden llegar a ser, si con solo escuchar el agua caer en el depósito de agua casi saltaban de alegría?
El otro lugar que acabo de visitar es un centro comercial de reciente apertura en la zona dieciséis, un complejo desarrollo urbano con cafés, boutiques, decoración navideña fastuosa y gente de mucho alcance económico, verdaderamente el hombre es capaz de realizar lo que se proponga, solo necesita la oportunidad. Estando ahí no pude evitar sentirme conmovido, pues con tanto a mi alrededor solo podía pensar en la montaña donde conocí a estas veintiocho familias y lo mucho que nos dieron.