«En la crisálida» de don León Aguilera


He aquí­ una excelsa «Urna del Tiempo» de mi señor padre, el filósofo guatemalteco don León Aguilera, que dice así­: «Lluvia, llovizna, vapores. Andar vapóreo. Humedad, sensación de viscosidad y de frialdad. El tiempo se envuelve en las dolencias aní­micas. El tiempo carrera de la vida. Ahora con entumecimientos de plomo en los élitros de los dorados insectos del sueño. Clima para el encogerse en sí­ mismo, para el enrollarse uno mismo el alma. Para enclaustrarse en el pensamiento. Meterse en la celda para ser el monje de la oración compuesta por lo terreno y lo cósmico. Haber sacado los filamentos más profundos de la intimidad para elaborar el ovillo melancólicamente sedoso que envuelve un ser, misterioso, asombrado y pavorido. Es el momento de ser la crisálida. He visto a veces reptar temerosamente la gruesa y negra oruga al pasar por alguna calle aledaña. Desvalida va en busca de trepar por un árbol y escoger una hoja. Y allí­ enconcharse para entregarse a un sueño enigmático y profundo. ¿Qué maravilla se opera en silencio, para que de la fea y hasta indeseable oruga salga la más brillante mariposa? Esa mariposa se gesta en el fondo de la pesadumbre humana. Se es una oruga pesada, deslizada entre las obras y los dí­as del viejo Hesiodo. Por la rutina del esfuerzo para el vivir y a veces por el simple sobrevivir. La oruga tiene forma de hombre, anda en busca de algo en donde tener al fin paz consigo misma y alcanzar el árbol, bajo el que el Gautama forjó su sabidurí­a, el instante cuando en la lucha contra El Mara, le sobrevino el relámpago de la verdad.

Grecia Aguilera

Siempre he sido respetuoso y temeroso ante la oruga. Portadora de una misión secreta, exterminarla serí­a asesinar un futuro bello lepidóptero. Ansia de alcanzar un nivel de alas, de aleteos, de vibraciones en el aire. Ansia del pterodáctilo de convertir un dí­a sus alas membranosas en las raudas y gráciles de la golondrina. Para cumplir con esta sagrada aspiración es menester a la propia oruga hilvanar su seda doliente para hacerla el refugio supremo: la crisálida. Cada quien conduce en lo profundo un hilo mágico de Ariadna para guiarse en el laberinto del ser humano. Más, al final cuando se ha librado el alma del Minotauro y se alcanza la salida es menester tramar de ese hilo el capullo, donde el alma, que es la electrización de la vida, se envuelva para entrar en una especie de hibernación distinta a la de los osos. La de estos es la inercia. En la crisálida el cuerpo todo es una incógnita de actividad; la oruga está forjándose sus alas; dentro de ella el reptante insecto, a quien a poco se aplasta a ras de tierra, opera su transformación milagrosa. De ese áspero gusano: Ved luego ese vuelo de alas, ved a la mariposa coloreada, que ya no irá tras los groseros alimentos entre las hojas o los hierbajos, sino se dirigirá allí­ donde el polen la espera para su dispersión y el néctar para su banquete melí­fero. ¡Cada quien puede escalar la excelsitud de la materia de que está hecha la existencia! La materia, capaz de las transmutaciones para la perfección espiritual. El cansancio, la decepción, el desengaño, la frustración, los complejos, las pasiones, de todo esto que conforma la oruga humana, se extrae la materia prima para una superación de fracasos e incertidumbres. Es el llamado a la oruga para hilarse sus propias aspiraciones, fantasí­as, ilusiones y aspiraciones en la urdimbre de su crisálida. Y si el tiempo es adverso, plomizo, como de botella verdosa y estañada, si el clima es de malestar y sobre los jardines y las arboledas se cierne un ambiente grisáceo, dentro del ser hay un cálido entrar en la crisálida, urdida por la voluntad propia de ser más y más, a modo de no ser sólo la pesantez gravitacional, sino la liberación hacia los impulsos que rompen las nubes oscuras para descubrir el azul y el oro del cielo y del sol. ¡Salir de la crisálida al fin! Y volar en pos de los néctares superiores, cuando el hombre deja de ser la bestia feroz para aletear con los coros aéreos de los ángeles, que cantan paz a los hombres de buena voluntad».