«En la calle está mi muerte»


Las áreas marginales son los lugares ideales para que los grupos criminales contraten a jóvenes como sicarios. FOTO LA HORA: ALEJANDRO BALíN

La industria del crimen “emplea” para el sicariato a centenares de adolescentes y jóvenes en situación de vulnerabilidad, que viven en áreas populares y que en su mayorí­a no rebasan los 30 años, pero a su corta edad ya son expertos en el dominio de armas de fuego y se codean con la criminalidad, tal como lo relata “Rodrigo*”, un joven que ahora está detenido en una cárcel acusado de homicidio y que accedió a hablar con Diario La Hora, a través del contacto que mantiene con la Asociación de Prevención del Delito (Aprede).

La imagen muestra a un grupo de jóvenes capturados por las fuerzas de seguridad. FOTO LA HORA: ARCHIVO laindustriadelcrimen3_30052011

POR MARIELA CASTAí‘í“N
mcastanon@lahora.com.gt

Resulta difí­cil cuantificar el número de ví­ctimas de Rodrigo porque inició su vida delictiva con tan sólo 10 años, cuando ingresó a una pandilla como “gavillero” con la función de asesinar a los miembros de las clicas rivales, y ejecutar otro tipo de muertes por encargo.

El joven que hoy tiene 29 años y se encuentra recluido en una cárcel del paí­s, recuerda cómo inició en la organización criminal siendo un niño, impulsado en parte, por el sentimiento de responsabilidad de apoyar económicamente a su familia y de adquirir lo que no tení­a: respeto y una vida digna.

“Creo que lo empecé haciendo por ambición, porque querí­a ser el héroe de la familia, pero después no sé si lo hací­a por maldad, por miedo o talvez por cuestión de reflejos”, comenta el entrevistado.

Fuentes allegadas al joven dicen que la adicción por el alcohol de su padre y posterior muerte, le forzó a que desde muy pequeño, el entonces niño, asumiera el papel de adulto dentro y fuera de su núcleo familiar.

Según indican, el progenitor de Rodrigo no fue un buen ejemplo, puesto que la bebida lo llevaba a actuar con violencia en el hogar y a infundir terror en sus hijos, lo cual influyó en la actitud del joven. Aunado a ello, fue ví­ctima del maltrato por parte de sus compañeros en la escuela, problema que en la actualidad se conoce como bullying. Así­ fue su vida antes de ingresar a la pandilla, en donde se codeó con la criminalidad.

“Cuando lo hací­a (matar) iba pensando sólo en eso. No pensaba en otra cosa. Tení­a que hacerlo”, resume Rodrigo, cuando intenta recordar lo que pasaba por su cabeza antes de cometer un crimen.

Actuó con libertinaje en su adolescencia hasta que su actividad delictiva lo llevó al centro correccional Las Gaviotas y actualmente, cerca de los 30 años, permanece en uno de los centros de privación para adultos de la Capital, donde tiene que esperar varios años para poder salir libre.

Según indica, a pesar de estar en la cárcel se siente mejor que antes, porque asegura que así­ no cometerá más asesinatos y porque tiene menos probabilidad de morir a manos de una pandilla rival.

“Aquí­ en la cárcel no voy a hacer crueldades. Además, aquí­ encontré a varias personas que poco a poco me han ayudado a salir adelante (en alusión a Aprede).  En la calle está mi muerte”, refiere el joven.

“NO MATES POR UN PAR DE ZAPATOS”
Rodrigo lamenta la situación de muchos adolescentes y jóvenes que hoy se encuentran vulnerables a involucrarse con las distintas expresiones del crimen organizado, como el narcotráfico, las pandillas y las redes de sicariato.

El joven recomienda “no matar por un par de zapatos, por un desayuno o por un refugio”, puesto que afirma que centenares de niños y niñas están expuestos a formar parte de estos grupos, dirigidos por adultos que inescrupulosamente los convencen, pero nunca explican las consecuencias de cometer esos delitos.

Estar detenido o cometer un asesinato, según Rodrigo, es sinónimo de dolor interno, marginación, falta de oportunidades, odio y miedo por parte de la sociedad, a la que tampoco culpa por su situación.

Según él, por eso preocupa cómo esas redes criminales se han extendido en el paí­s, debido a la falta de control del problema, que pudo ser detenido desde hace mucho tiempo pero al que nadie le prestó atención.

“Al principio nadie le tomó importancia, todos decí­an son unos mareritos (con nosotros), pero ahora mala onda, hay de donde escoger, cualquiera te involucra. La verdad me pongo triste que estén agarrando niños para matar”, dice.

Uno de los mensajes que pretende difundir esta persona es prevenir, decirle a quienes están expuestos que no busquen la vida fácil, pues aunque implica mucho esfuerzo, los jóvenes deben enfocarse en buscar alternativas de vida y acompañarse de adultos buenos que sean una guí­a para la vida.

“Si pueden evitar pisar una cárcel háganlo, uno no es lo que tiene puesto, es lo que hay dentro. Confí­en en un adulto que los guí­e, sean siervos de Dios, no busquen las cosas fáciles”, concluye.

ENTORNO
Un entorno violento en el hogar, la escuela y la sociedad contribuye a que la niñez y la juventud se conviertan en una presa fácil para el crimen organizado, que busca perfiles de niños y niñas en situación de maltrato.

Según Eluvia Velásquez, coordinadora de Proyectos de Aprede, la venganza y actitud de demostrar el poder que los jóvenes ejercen cuando cometen crí­menes, no es más que el producto del daño que han recibido en sus entornos.

“Según la experiencia de los chicos, el abandono de los padres, la falta de supervisión, el maltrato en la escuela, en su casa; por venganza y un espacio de poder, se involucran. Un factor bien importante es el enamoramiento que hace la pandilla, el crimen organizado, que ofrece tanto dinero”, dice la activista.

De acuerdo con Velásquez, el perfil que busca el crimen organizado es preferiblemente de menores de edad –porque de ser procesados y condenados, purgan una condena de seis años, no importando el delito que cometan–, jóvenes de áreas populares y marginadas, y que tengan el temperamento para hacerlo.

“Dentro del perfil que existe para que ellos sean captados, es que sean menores de edad, que residan en áreas populares, comunidades donde hay asentamientos, donde los chicos están en alto riesgo. Ellos buscan a patojos aventados, que tienen problemas con el manejo de emociones, también por las necesidades que puedan tener los chicos económicamente”, refiere la entrevistada.

ASESINATOS
Un informe de la Procuradurí­a de los Derechos Humanos (PDH) realizado en los primeros cuatro meses del año, con estadí­sticas de la Policí­a Nacional Civil (PNC), indica que un total de mil 948 personas han sido asesinadas y 2 mil 156 resultaron heridas. De este último porcentaje varias de las ví­ctimas mueren en los hospitales.

Según el análisis, mil 610 muertes fueron cometidas con proyectil de arma de fuego, principalmente en Guatemala, Escuintla y Chiquimula.

También refiere que 55 personas fueron detenidas por cometer asesinato y 186 por causar lesiones. De los detenidos, 51 son hombres y 4 mujeres. El principal rango de edades es de 13 a 35 años.

Una investigación proporcionada por la Asociación de Investigación y Estudios Sociales (ASIES), da cuenta que el incremento de homicidios en Centroamérica causa la mayor alarma.

De acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Centroamérica es la región más violenta del planeta, con una tasa promedio de 33.5 homicidios por cada 100 mil habitantes, para el año 2008.

Según indica, la violencia cobró la vida de cerca de 79 mil centroamericanos en el perí­odo de 2003 a 2008; los paí­ses del Triángulo Norte, compuesto por El Salvador, Guatemala y Honduras, aparecen entre los de mayores tasas delictivas de la región latinoamericana.

Mario Mérida, analista en materia de seguridad, ve con preocupación la situación del paí­s, pero principalmente cómo el sicariato puede convertirse en una “ocupación” para la juventud guatemalteca.

“Hay amenazas emergentes. Hay nuevos elementos que se van presentando dentro del desarrollo del crimen, ya sea delincuencia común o crimen organizado. Hoy el sicariato es una ocupación y es parte de lo que emerge como una demanda del mercado del crimen organizado”, dice Mérida.

El profesional cree que a pesar de emerger este flagelo, como uno de las principales amenazas para el Estado, las autoridades no han implementado programas que verdaderamente apoyen a los jóvenes en riesgo. Un ejemplo es el de Escuelas Abiertas.  

El 18 de mayo de 2010, Diario La Hora documentó el asesinato del adolescente Bryan Josué Caballeros Velásquez, de 17 años, quien murió a manos de otro estudiante en la Escuela Urbana Mixta César Guzmán, ubicada en el Periférico, cuando realizaban actividades escolares, propias de Escuelas Seguras, donde no se realiza un perfil de los niños y adolescentes que ingresan.

“Por eso hay programas que se llaman adolescentes en riesgo o en conflicto con la ley, el problema en nuestro paí­s es que no hay programas especí­ficos para atender ninguno de estos dos segmentos. Se suponí­a que las Escuelas Abiertas serí­an para eso, pero fueron creadas para efectos electorales, su función era atender a esos sectores, pero no lo hizo”, dice Mérida.

El experto concluye en la necesidad de atender este problema, que diariamente integra hasta niños de 12 años. Según él, el tema debe abordarse con voluntad por parte de las autoridades, que coloquen a personas idóneas en los cargos que se necesitan y que asignen fondos destinados especí­ficamente para eso.

*Nombre modificado por seguridad del entrevistado.