Hace ya muchos años, tantos, que no recuerdo la fecha exacta en que Oscar Clemente Marroquín Godoy dispuso colocar mi columna titulada Punto de Vista en donde también se podía leer en días alternos la del Doctor Carlos Pérez Avendaño. Créanme que siempre he sentido mucho orgullo porque mis ideas y pensamientos pudieran leerse en tan privilegiado lugar del Diario La Hora, más aun conociendo la calidad humana de quien se trataba pues solo eso constituye un privilegio por su calidad de ameno comentarista, su creatividad prácticamente exclusiva y por la variedad de temas que su elevado intelecto le permitía tocar siempre con altura y debida ponderación a pesar que infinidad de veces era radical.
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Era yo muy patojo, cuando los días domingo tomado de la mano de mi padre concurría a los oficios religiosos dominicales matutinos de la iglesia de La Merced. Todavía guardo en mi memoria aquellas escenas de los papás del entonces estudiante Pérez Avendaño cuando tradicionalmente la familia entera caminaba a pie a lo largo de la 10ª, avenida, para bajar luego la 5ta. calle y dirigirse al templo. Años después, ya entrado en años, eran públicas las múltiples virtudes profesionales del médico especialista en medicina interna y cardiología y, por haber relación con muchos de sus compañeros y amigos profesionales de la medicina, muchas veces intercambiamos impresiones, algunas sobre temas serios pero que, por su especial ingenio siempre inundaba con puntadas y ocurrencias.
El Doctor Pérez Avendaño no fue mi médico tratante pero como si lo hubiera sido. Sus consejos u observaciones merecieron mi más detenida atención pues dos cercanos, de los más grandes amigos que he tenido a lo largo de mi vida mantuvieron una gran fe, cariño y respeto por su calidad profesional. El Doctor Raúl Amenábar fue uno de ellos. El Doctor Pérez fue quien le diagnosticó el aneurisma que se lo llevó a vivir al lado del Señor. El Licenciado Carlos Molina Mencos también me ha mantenido al tanto de su fineza, comprensión y entendimiento tal como si yo mismo hubiera estado en sus manos para merecerle mi respeto y consideración.
En La Hora estamos tristes pero en el fondo también estamos agradecidos con Dios porque el Doctor Pérez ahora esté descansando de una larga y penosa enfermedad que supo enfrentar como los grandes, como los héroes o como los guías que rigen nuestros destinos. Más tristes nos pusimos al no poder acompañar a la familia Marroquín Pérez en su pesar pues respetando su decisión porque no se fueran a velar sus restos el sepelio fue casi de inmediato. Solo me resta entonces traer a cuenta una frase de Diana Liberman, autora del Libro “Es hora de hablar del duelo”: “Si amamos a alguien con sinceridad, si alguien fue significativo en nuestra vida, si alguien nos importó, la muerte no borra aquello que esa persona despertó en nosotros”.