Personas que vieron el programa de televisión en el que el anterior director de la Policía Nacional Civil, Erwin Sperisen, se preguntó si habían cometido ilegalidades en el desempeño de su lucha contra el crimen, afirmando que en todo caso había sido con el afán de servir a Dios, se preguntan si tal justificación es válida para explicar la existencia de una limpieza social. Y es que a lo largo de la historia de la humanidad hemos visto muchas veces cómo quienes se sienten muy cerca de Dios piensan que están llamados a librar la batalla contra el mal en forma personal y directa, al punto de que la eliminación de quienes son etiquetados por ellos como malvados se convierte en un imperativo.
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Yo creo que muchos de los que dirigieron a los escuadrones de la muerte durante el conflicto armado interno que enlutó a Guatemala pensaban, como ahora piensa Bush, que había que eliminar a los terroristas y que con ello se le hacía un bien a la humanidad. Y creo también que hay gente a la que su religiosidad le impele a propiciar la limpieza social porque creen que teniendo el poder de hacerlo, cumplen con una especie de mandato divino al mandar al otro potrero a quienes son etiquetados como los malos, los delincuentes, los terroristas, los comunistas o cualquier otra calificación de las que han servido de pretexto para matar a tanta gente.
No escuché el programa de televisión y realmente estoy opinando como consecuencia de lo que se me ha comentado al respecto y de lo que está circulando en el ciberespacio por la cantidad de correos electrónicos que hay para comentar desde distintos enfoques este particular. Pero creo yo que es bueno reflexionar sobre ese maniqueísmo que se está adueñando del mundo y que ahora se pregona desde la tribuna que constituye el poder de la máxima potencia mundial y que se traduce ya no sólo en dividir a los hombres y al mundo en razón de la arbitraria calificación del bien y el mal, sino que en el ejercicio de la fuerza para eliminar a los que consideramos malos. En nombre de Dios, inspirador de muchos de los maniqueos más furibundos, como puede ser por ejemplo el mismo Presidente de los Estados Unidos que es un cristiano renacido que se refugió en las sectas para aliviar sus problemas de adicción al alcohol, se cometen atrocidades que espantan. La muerte de miles de soldados norteamericanos, pero sobre todo la muerte de decenas de miles de practicantes del islam es producto de esa visión distorsionada de quienes se creen buenos con el encargo divino de matar a los malos.
Y creo yo que en Guatemala ha pasado mucho de eso; no me cabe la menor duda que pueda haber una especie de inspiración seudorreligiosa en la conformación de los escuadrones de la muerte y por ello es que, equivocadamente, en algunos informes internacionales se señalaba a las iglesias evangélicas como fuente de inspiración de la limpieza social, sin entender que no es cuestión institucional de las iglesias, sino que es el fanatismo de algunos de sus miembros lo que los lleva a actuar con especie de «santa ira» en contra de quienes son calificados como expresión del mal.
Tampoco es cuestión de decir que son los protestantes quienes se deforman por ese fanatismo. La Inquisición sigue siendo la gran muestra de cómo en nombre de Dios se pueden cometer atrocidades abominables e injusticias injustificables. La Inquisición fue, a su modo, una expresión de limpieza social y al día de hoy se siguen aplicando esos criterios bárbaros en una errónea interpretación de la lucha del bien contra el mal.