En el país de las reyertas


Luis-Fernandez-Molina_

El poema Reyerta de García Lorca es un canto fúnebre que, lamentablemente, puede entonarse a diario en nuestra sufrida Guatemala. Es una composición atemporal, sin fechas ni lugares. Claro, Federico García lo sitúa en esos convulsionados años previos a la Guerra Civil española que cobraron muchas vidas, incluyendo la suya.

Luis Fernández Molina


Se desarrolla en ese lóbrego atardecer que precedió a la horrible noche donde danzaron irreprimibles los demonios que  surgieron de las capas más tenebrosas del inframundo y que, dentro de la península Ibérica, donde más se ensañaron fue en esa tierra pródiga de pasiones humanas, en esa explosiva Al Andaluz, esa Andalucía, tierra que fue de cartagineses, de moros y luego de gente vivaz llena de emociones a flor de piel, bailes agitados, colores vivos y sabores fuertes. Pero la obra trasciende, reproduce un drama que habrá siempre de acompañar a la humanidad desde los tiempos de Abel y Caín, desde que el primer hombre hizo correr la sangre de otro ser humano. Un espanto que constantemente se repite sea con una quijada de burro, una piedra, una navaja o una pistola.

“En la mitad del barranco/las navajas de Albacete/ bellas de sangre contraria/relucen como los peces”. Resalta cómo los malhechores operan siempre a la sombra y luego se ocultan, aquí se sitúan en el barranco con sus navajas en mano, navajas que reflejan su gris plateado pero al mismo tiempo muestran como trofeo la sangre que recién ha cobrado; hoy día son las pistolas esmeriladas a veces con cachas doradas y hasta marcas por los trabajos realizados. No importa la herramienta del mal, lo que destaca es el adorno y el orgullo de la muerte. “En la copa de un olivo/lloran dos viejas mujeres.” Se refiere el vate a ese llanto incontenible y desgarrador de las madres, esposas o convivientes, hijos,  parientes y amigos que recogen a sus muertos tirados en una banqueta o en medio del campo, escenas que a diario se repiten y a veces transmiten los reportajes televisados. Luego como consuelo llegan “Ángeles negros”, hasta ellos se ponen de luto, que “traían/pañuelos y agua de nieve”, algo de consuelo.

En el poema la víctima tiene nombre: “Juan Antonio el de Montilla” quien “rueda muerto la pendiente”. Traslada el poeta la imagen de: “su cuerpo lleno de lirios/y una granada en las sienes”. Se refiere a los moretones, manchas de sangre y a un disparo en la cabeza. Y al igual que los muertos que aparecen en los noticieros a veces cubiertos con piadosa manta, veladora y vaso de agua, ya lejos de este mundo siguen su destino cósmico: “Ahora monta cruz de fuego/carretera de la muerte”.

Finalmente llega la autoridad: “El juez, con guardia civil/por los olivares viene”. Ven el cadáver ensangrentado aún tibio: “Sangre resbalada gime/muda canción de serpiente”. Una muestra del manejo magistral  de las imágenes que nos recrea el poeta andaluz, nos transmite la idea de esa sangre que por gravedad va bajando (resbalando) formando surcos sinuosos, como una culebra que avanza sigilosamente, como un río serpenteante. Luego el parte oficial: “Señores guardias civiles/ aquí pasó lo de siempre. / Han muerto cuatro romanos/ y cinco cartagineses.” El drama es siempre el mismo lo único que cambian son los actores, las desventuradas víctimas y los execrables asesinos; en otras palabras solo murió otro piloto de bus, o solo unos pasajeros, o un pobre vecino, o unos jóvenes tatuados. ¡Qué más da! Es solo otro difunto, de los 20 que a diario no ven el nuevo amanecer en Guatemala.