Como ocurre siempre que hay un percance fatal en el que mueren muchas personas por imprudencia de los pilotos, irresponsabilidad de los empresarios y falta de cumplimiento de deberes de los funcionarios, hemos visto que todos los sectores nacionales se han ocupado del tema de la seguridad del tránsito y hasta el Gobierno decretó duelo nacional en todo el territorio del país para manifestar la condolencia por la muerte de más de medio centenar de personas el pasado viernes.
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Esa reacción unánime no es algo nuevo en Guatemala porque hemos podido ver en muchísimas ocasiones, muchas más de las que uno quisiera, que tras un violento choque con saldo de tantas víctimas, se producen multitud de reacciones que claman por mayores controles, por la existencia de medidas para prevenir este tipo de situaciones y hasta se ha hablado, cada vez, de reformas a la legislación para hacerla más estricta y así meter en cintura a los empresarios del transporte colectivo que insisten en contratar como pilotos a personas irresponsables que, además, no tienen que probarle a nadie su capacidad antes de ocupar el asiento de conductor de un colectivo en el que viajan decenas de personas.
Pero estamos llegando justo al punto en el que se empieza a diluir el interés y se olvidan las encendidas palabras pronunciadas en las primeras horas después de la tragedia. Si algo nos caracteriza como pueblo es que somos pura llamarada de tusa y que no tenemos la capacidad para enfocarnos durante varios días en un mismo tema. Los mismos lectores de los medios de comunicación protestan cuando éstos se meten de lleno en alguna campaña y al poco rato empiezan a llegar mensajes en el sentido de que ya la gente se ha aburrido de la misma cantaleta. Y de esa cuenta todos terminamos abandonando los proyectos que tienen la finalidad de introducir cambios profundos en partes de nuestra vida, sea por medio de legislación o por la vía de la instrucción persistente a la población.
Me atrevo a decir que para el viernes, cuando termine la semana laboral, poca gente pensará ya en el bus de transportes La Cubanita y los diputados habrán olvidado sus promesas de realizar cambios en la legislación para establecer severas sanciones a los que tengan responsabilidad, por acción o por omisión, en este tipo de percances. Luego vendrá la Semana Santa y el tiempo irá borrando la indignación provocada por la muerte de más de cincuenta personas, hombres, mujeres y niños, que viajaban hacia Jutiapa en el autobús embarrancado. Ojalá que pasen esas fiestas sin ninguna tragedia vial que nos obligue a repetir los mismos argumentos que desempolvamos cada vez que ocurre alguna, sin darnos cuenta de que nuestra dejadez y falta de consistencia hace que todo el alboroto quede en pura llamarada de tusa.
Cierto es que hay tantos problemas en el horizonte nacional que cuesta mucho enfocarse en uno de ellos de manera particular hasta lograr resultados concretos, pero cabalmente por ello, porque vamos mariposeando de problema en problema es que ninguno llega a ser verdaderamente resuelto. Cada día surge algún nuevo tema de escándalo, de malestar de la población y hasta de indignación ciudadana, pero como en cuestión de horas ya tenemos otro caso que acapara nuestra atención, provoca nuestro disgusto y nos hace despotricar contra tirios y troyanos, olvidamos todo lo que hace pocas horas era, en apariencia, una gran preocupación y un compromiso para realizar cambios importantes.
Yo estoy convencido que en el tema de la seguridad vial hay que legislar casi con criterio de borrón y cuenta nueva, puesto que no podemos permitir que se sigan sucediendo tantos «accidentes» sin que nadie sea nunca responsable de nada. Y creo que el tema puede permitirnos introducir el elemento de la exigencia para que los funcionarios asuman la responsabilidad de sus acciones y omisiones, porque no puede ser que quienes se hicieron de la vista gorda respecto a la obligación de tener seguro, por ejemplo, sigan viviendo tranquilamente sin que deban responder por su omisión. No puede ser que las autoridades llamadas a velar, siquiera, porque los pilotos tengan esa porquería que es la licencia de conducir tipo profesional, permitan a gente que no se toma ni la molestia de hacer como tantos, pagando una mordida para obtenerla, se convierta de la noche a la mañana en conductor de un transporte colectivo en el que viajan decenas de personas.
Da pena decirlo, pero me temo que de hoy al viernes se habrá disipado toda la fuerza e ímpetu de la indignación ciudadana y que los transportistas podrán descansar de los improperios que con justa razón se lanzan en su contra, hasta que nuevamente venga otro doloroso hecho que nos vuelva a sacar del letargo de siempre y nos vuelva a provocar esos encendidos reclamos para que las autoridades «hagan algo» respecto a la evidente y constante inseguridad vial.
Ojalá esté equivocado y esta vez alguien se tome la molestia de darle seguimiento al tema; que en el Gobierno alguna autoridad se haga responsable de preparar una iniciativa de ley para modificar nuestras normas de tránsito, estableciendo entre otras cosas que los pilotos del transporte colectivo tengan que pasar elementales pruebas de aptitud para determinar si tienen o no las condiciones indispensables para que puedan hacerse cargo de tantas vidas. Esperar que en el Congreso se haga algo es inútil, sobre todo si hay diputados con intereses en el transporte extraurbano. Pero el Ministerio de Comunicaciones tiene ahora el deber de no olvidar a los muertos y, por ellos, plantear acciones para atajar tanta inseguridad.