Donde cada “nuevo” gobierno ¡Oh prodigio! es peor que el anterior.
Donde todos los días se perpetran burdos crímenes perfectos.
Donde los políticos en vez de agua llevan sangre a sus molinos.
Donde la corrupción se premia con la impunidad.
Donde primero se hace la trampa y después la respectiva ley.
Donde el largo brazo de la justicia es manco.
Donde el corrupto es admirado, envidiado y digno de ser imitado e incluso “superado”.
Donde el medio natural de todo el peso de la ley es la ingravidez.
Donde la democracia a secas vive un incipiente pero eterno proceso de consolidación porque nunca sale del estado gaseoso, nauseabundo, en que medran los tradicionales poderes político y económico.
Donde un veinte por ciento (20%) del Presupuesto General de la Nación se “invierte” en corrupción.
Donde en el área rural, indígena y campesina, todavía se vive entre el siglo XVI y el XIX, con encomenderos, adelantados con derecho de pernada, colonizadores, jefes políticos, señores feudales y latifundistas.
Donde las empresas transnacionales tienen derecho a iniciativa de ley, poseen ejércitos privados y derecho de llave en ciertos ministerios gubernamentales.
Donde el ceremonioso trámite de juramento de amor, lealtad y servicio a la patria recorre un escabroso y retorcido atajo del diente al labio.
Donde los tres poderes del Estado han sido y serán dos: el glorioso CACIF.
Donde lo anómalo – en lo social, económico, político – es la norma, lo normal, la horma.
Donde con el cambio de era maya nada, nada, nada cambiará y todo, todo, todo seguirá igual o peor.
(Con la colaboración espontánea de mi compadre, profesor Perogrullo Pérez y Pérez.)