Hijo ¡ten cuidado por dónde vas poniendo tus pies en el camino de la vida! No padre, tú eres quien debe tener ese cuidado porque recuerda que desde niño vengo detrás de ti pisando las marcas que van dejando tus zapatos. Si tú vas por la vía correcta yo también voy por ese mismo sendero. Desde infante me has marcado con tu índice por dónde quedan las rutas del norte y el sur, del este y el oeste y me has anticipado qué destino espera al final de cada uno de esos rumbos.
Tú has sido mi fuerza desde que me sostenías por si tropezaba con mis primeros intentos de caminar cuando dejaba de gatear y desde allí aprendí que uno puede caer –y vaya si no pasa en la vida– pero lo importante es saber levantarse. De ti asimilé los modales en el comedor y supe las palabras que se pueden intercambiar en un hogar y otras que no se deben decir. Nunca fumé porque respiré un tiempo el humo de tus cigarros, pero fui testigo del esfuerzo con que lo dejaste por ser nocivo. Me instruiste que las botellas de vino acompañan la mesa, pero nunca son el motivo de la reunión; gracias porque jamás te vi borracho. Así me enseñaste y así espero continuar.
Con tu ejemplo descubrí que las labores se deben desempeñar con amor y esfuerzo; que no hay almuerzo gratis y que siempre hay premio para el trabajo tesonero; que es necesaria la espera y el cuidado para llegar al momento feliz de la cosecha. Aprendí en carne propia (literalmente) los beneficios marginales que el chicote como herramienta para la educación. Atento me fijaba cómo tratabas a las demás personas, nunca escuché insulto a persona alguna. Si aprendí a tratar con respeto a las mujeres y a mi esposa e hijas como princesas es porque fui educado por un rey. Pero la principal lección que asimilé fue que con el mismo dedo índice me señalaste para arriba ilustrándome que allá en lo alto había otro Padre, Padre también tuyo a quien debíamos acudir como hijos. Con cada domingo que nos llevabas en el carro, quedó en mi conciencia la impronta de que ese era el día de asistir a la iglesia.
Y así como agradecido estoy por esa herencia tengo consiguientemente la obligación de transmitir ese valioso patrimonio a mis descendientes quienes en un futuro -ni tu ni yo vamos a estar-, podrán sentir orgullo por sus antepasados y si continúan en esa escuela, como fragancia de flores se derramarán bendiciones sobre sus familias. Cuando mis nietos me miren verán en mi cara el reflejo de la tuya. Como repite la canción “yo soy tu sangre mi viejo”, soy esa sangre vieja y nueva que circula por otras venas. Soy tu reflejo no tu copia, porque los tiempos cambian en una generación y así vendrán nuevas venas por donde mañana continuará circulando esa sangre.
La paternidad es un don que proviene del Creador, origen mismo de toda paternidad; es al mismo tiempo un delicado encargo y una obligación cuya estafeta, como antorcha brillante, se transmite por generaciones. La crisis que enfrenta la humanidad se debe a esa falta de comunicación entre padres e hijos, a la ausencia de guía y conducción del que ha transitado a quien empieza su andar por la compleja senda de la vida.
Gracias papá, ¡misión cumplida!
PS. Mark Twain decía que a los 14 años no soportaba a su padre, pero a los 21 se sorprendía de todo lo que el viejo había aprendido en siete años.