Muchos países tienen y han tenido históricas olas de migración generadas, en la mayoría de casos, por épocas críticas en sus respectivas economías que obligan a los ciudadanos a buscar empleo donde lo puedan encontrar. Por ello el Mundo celebra hoy el día para homenajear a los migrantes, personas que no se rinden ante la adversidad y que abandonan no sólo su patria sino a su familia, para abrirse camino en la vida, para encontrar con esfuerzo y dedicación la forma de ganarse el sustento y, hay que decirlo, para contribuir con el país que les da refugio al que hacen crecer con su esfuerzo, dedicación y persistencia para realizar trabajos que muchas veces no son atractivos para los mismos ciudadanos de origen.
En nuestro caso, el de Guatemala, los migrantes no han salido en una oleada provocada por una crisis ocasional sino que son expulsados por un sistema que, desde tiempos de la Colonia, ha negado a los más pobres hasta el derecho a tener una oportunidad. Quien nace pobre en Guatemala tiene muy poca probabilidad de escapar de la pobreza aquí porque la estructura social margina a los que sufrieron ese infortunio. Al margen de consideraciones raciales, que también pesan y se deben tomar en cuenta, la pobreza en general no es únicamente consecuencia de la exclusión social, sino que causa de la misma exclusión, lo que condena al pobre a un círculo vicioso lamentable para él, para sus ascendientes y para sus descendientes.
Y no hay mejor prueba de lo injusto de nuestro sistema económico que la prueba irrefutable de que la economía del país subsiste no por el esfuerzo de los que invierten y trabajan aquí, sino por el sacrificio de quienes envían remesas familiares para que sus parientes puedan llevar una vida menos miserable gracias a su esfuerzo trabajando en condiciones que muchas veces son durísimas y adversas, pero que no arredran a quien lo único que espera es una oportunidad para trabajar a cambio de un salario digno, oportunidad que no se le presenta en la tierra que lo vio nacer.
Nos podemos llenar la boca con la situación de Guatemala y el crecimiento de nuestro Producto Interno Bruto que, de todos modos, no llega a aumentar en la proporción en que aumenta la población. Pero si restamos el aporte de los migrantes, el producto de las remesas familiares, veríamos una economía deprimida, en déficit y un crecimiento sostenido de la pobreza. Este país late, palpita y vive, gracias al migrante que dejándolo todo, mes a mes nos devuelve todo.
Minutero:
Para ese chapín arrogante
que se cree amo y señor
que dé gracias al migrante
pues es quien le hace el favor