Momo y yo empezamos una relación bonita hace varios años. Muchas veces la vida nos lleva por senderos insospechados, pero aún son mayores las sorpresas en cuanto lo que ocurre dentro del recorrido de esos caminos.
Los vericuetos de la existencia son como trayectos en donde se instalan semáforos y este aparato nos marca con sus colores los momentos o cortes pero también nos permite en su cromatismo, visualizar espacios que bien pueden caer en el rojo, el verde y el amarillo. En ese marco ocurre este relato.
Como pareja nos encontramos en el suspenso del rojo, cuando uno inicia cualquier iniciativa de la vida. Se afana en ese esfuerzo, se empeña en conseguir lo que se propuso. El principio siempre es interesante, siempre resulta agradable. En este espacio estábamos con Momo buscando conocernos más y más, aquél tanteo de saber cómo es cada uno, todo resulta novedoso, algunas sorpresas aparecen durante este período, pero el mismo es de ilusión, de buenas cosas, de intercambios recíprocos de miradas, de sonrisas, de halagos, de pláticas cordiales y coloquiales. Luego llegaron los regalos, las muestras de cariño, las señales de atención para la dama, en ese coqueteo de conquista, ambos asentimos en muchos aspectos, coincidimos en muchas cosas. La música es un excelente aliado, pues permite adentrarse en ese profundo mundo y platicar sobre autores, canciones y recuerdos y anécdotas vinculadas a ciertas piezas, más que un aliado la música fue determinante. Confluir en la relación fue el paso ulterior y ahí las cosas se agrandan, los sueños se agigantan, las ilusiones se afincan y el acuerdo entre parejas nos hace crecer enormemente y así en esa ilusión común, en ese espacio de dicha permanente, nos encontrábamos con Momo, cuando el rojo cambia.
En el amarillo, la relación con ella se afianza grandemente, las palabras son cada vez cariñosas, de los mimos se pasa a las caricias, los besos prolongados, los cuerpos se acercan más y más. Sin embargo, también aparecen los primeros problemas. Aquellos relacionados con el tiempo, en donde Momo me pide más tiempo, pero yo me encuentro, como siempre, ocupado en múltiples actividades. Las desavenencias a partir de estas limitaciones se agudizan, pues las exigencias van incrementándose y no se puede responder con celeridad. Las vinculaciones familiares se hacen mayores cada día y se inician las interacciones con hermanos, hermanas, padres y en nuestro caso el hijo de ella. A pesar de los grandes momentos de felicidad, en donde convergemos ambos en diferentes momentos y días, llegan los reclamos por cuestiones del pasado no resueltas o en proceso, las diferencias con respecto a profundizar las relaciones familiares.. El amarillo como color intermedio representa ese limbo en donde a pesar de la profundización de la relación, también se acrecientan los problemas y las diferencias. Se busca resolver cuestiones que nos afectan, se hacen esfuerzos para dar un salto cualitativo en la relación. Se obtienen resultados importantes, se interna en cuestiones de tipo familiar, ya es otro miembro de la familia. Vienen los cumpleaños, las celebraciones con los hermanos, la casa de la playa, la familia ampliada y todo camina bien, el camino está libre, la vida nos sonríe a ambos. En ese momento de alegría estamos Momo y yo, cuando el semáforo da verde.
Alterado por el cambio, me volteo para el aparato ordenador del tránsito, pero sigo hundido en mis pensamientos de felicidad y de tranquilidad plena. Con una sonrisa en mi boca, mi único deseo es darle un beso a Momo, por esa inmensa alegría que nos cobija y por el trayecto final que nos lleva a nuestra vida juntos, me volteó sonriendo para darle un beso, pero ella ya no está… Únicamente escucho una sonrisa burlona y femenina que viene de mi pasado, los bocinazos me empujan a salir en el verde, sólo que ahora voy en solitario. Los vericuetos de la vida y las sorpresas en el cambio de luz.