En el bicentenario del nacimiento de Felix Mendelssohn: su vida II


Continuando con la vida de Felix Mendelssohn, y como un homenaje a Casiopea, cuyo sonido único se convierte en cascada de miel, esposa dorada, quien es barco despeñado en mi corazón ardiente y a quien ciño la cintura en la plenitud del alba.

Celso A. Lara Figueroa
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela A mi padre, maestro Celso Lara Calacán, con inmenso amor.

Cuando a los 17 años de edad Mendelssohn compuso su obertura para el Sueño de una noche de verano de Shakespeare, el «compañero» se habí­a convertido ya en un «Maestro». Por esta época sólo tuvo que lamentar el fracaso de su quinta ópera, Las bodas de Camacho, representada en la í“pera de la Corte. Sus numerosos éxitos no consiguieron envanecer al joven compositor, y buena prueba de ello son los esfuerzos que hizo para dar a conocer al público la obra de Bach, especialmente la Pasión según San Mateo. Por mil razones técnicas, Zelter encontraba imposible la ejecución de esta obra; pero felizmente la temeridad de la juventud triunfó sobre la sabidurí­a de la experiencia, y el 11 de marzo de 1829, la Pasión según San Mateo fue ejecutada por primera vez después de la muerte de Bach: Mendelssohn dirigió la orquesta y Zelter los coros.

La madurez espiritual del joven compositor habí­a sido alcanzada definitivamente. Poco tiempo después, emprendió un largo viaje, en el curso del cual conoció a varias personalidades famosas, como Berlioz en Italia, y Liszt en Parí­s. Fueron muchas las razones que tuvo para no instalarse en Berlí­n.

El lastimoso estado en que se encontraba la música religiosa lo llevó a considerar las antiguas y desconocidas obras maestras de Palestrina, Orlando di Lasso, Lotti y otros más. Por regla general, se sentí­a más atraí­do por las obras del pasado que por las de sus contemporáneos. Ya Nietzsche habí­a llamado la atención sobre este hecho: «La música de Félix Mendelssohn es la música del placer por todo aquello que el pasado nos ha legado: siempre mira hacia atrás». Es también caracterí­stico que Mendelssohn no sintiera simpatí­a alguna por la música beethoviana del Egmont, el modernismo de Chopin, ni la originalidad de Berlioz. Aunque la estancia en Dí¼sseldorf le fue siempre a Mendelssohn muy agradable, no pudo rechazar la oportunidad que se le brindaba de dirigir en Leipzig los célebres Gewandhauskonzerte.

Ciertamente, la ciudad de Bach le ofrecí­a demasiadas perspectivas para que Mendelssohn pensara, ni siquiera por un momento, en declinar la oferta (1835). La muerte de su padre turbó casi en su comienzo esta felicidad, causándole una pena tan terrible que sólo pudo vencerla a fuerza de un trabajo intenso, cumpliendo así­ la última voluntad del difunto: la culminación del Oratorio San Pablo. En esta época, apareció por primera vez el amor en la vida del joven Mendelssohn. Conoció a Cecilia Jeanrenaud, hija de un pastor protestante, y a pesar de estar prendado de ella, no quiso dejarse llevar por un fugaz romanticismo. Después de tener conciencia de sus sentimientos los puso a prueba trasladándose a Scheveningen, de donde regresó al fin para formalizar sus relaciones. En los años siguientes, Mendelssohn trabajó de tal manera, tanto como compositor, como pianista, que momentáneamente se volvió sordo, sufriendo varios contratiempos fí­sicos. Berlí­n llamó al director de orquesta que se habí­a hecho universalmente famoso. La Corte le dio como primera misión el componer la música para la representación escénica de Antí­gona de Sófocles. Esta obra alcanzó una crí­tica tan rigurosa como justa. «Â¿Antí­gona? ¡Oh, no!» Sin embargo, siendo dueño absoluto en Leipzig, no podí­a aclimatarse fácilmente a la capital de Prusia, y regresó a la ciudad de Bach, la maravillosa Leipzig.