En el bicentenario del nacimiento de Félix Mendelssohn: Su vida I


Dentro del ámbito sociocultural trazado en la columna anterior, surge rutilante la figura de Félix Mendelssohn. Nació en Alemania el 3 de febrero de 1810, y como ya lo apuntamos, su vida de bienestar y veneración que le rodeó desde su más tierna infancia -caso único en la historia personal de los músicos de la cultura occidental-, fue el rasgo más caracterí­stico de la juventud de Mendelssohn. Deseo, pues, pergeñar a vuelapluma algunas lí­neas al respecto y como homenaje a Casiopea dorada, la inextinguible y sideral amapolita de trigo en campo de luceros.

Celso A. Lara Figueroa
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela A mi padre, maestro Celso Lara Calacán, con inmenso amor.

Hay que subrayar que sus padres crearon a su alrededor una atmósfera digna de envidia. El padre de Mendelssohn, hijo del célebre filósofo Moisés Mendelssohn, se retrata en una de esas bromas que denotan una ausencia absoluta de mala intención: «Antes, yo era el hijo de mi padre; ahora soy el padre de mi hijo». La madre de Mendelssohn era extraordinariamente culta. Leí­a a Homero en su lengua original, hablaba perfectamente francés, italiano e inglés, y dibujaba de un modo admirable, don Abraham Mendelssohn era demasiado honrado para que pudiera tachársele de oportunista al hacer bautizar a sus hijos en la iglesia protestante siendo él judí­o. Aún viví­a la familia en Hamburgo cuando nació Félix, trasladándose después a Berlí­n por razones polí­ticas y comerciales. Fue en esta última ciudad donde el joven Mendelssohn conoció al maestro Zelter. A pesar de que este último era viejo y gruñón, siempre se mostró como un excelente y severo maestro. Dice mucho a favor suyo el que utilizara El clavecí­n bien temperado como base de su enseñanza musical. Se ha criticado a Zelter, consejero ultraconservador de Gí¶ethe, por su poca consideración hacia Schubert, Beethoven y Berlioz. No obstante, bajo su influencia, Mendelssohn luchó por el renacimiento del arte de Bach. El joven Félix dominó sin dificultad alguna la teorí­a musical a la vez que aprendí­a a tocar el piano, esto último a pesar de sus manos demasiado pequeñas. Sin embargo, más exigentes fueron todaví­a los cuidados dedicados a su cultura general: idiomas, dibujo y pintura (por la que sintió un profundo entusiasmo), baile, natación, equitación y esgrima.

Pronto se convirtió en un «niño prodigio». En esa época, la facultad creadora del joven compositor era extraordinaria; practicaba todos los géneros musicales, pudiendo decirse que muchas de sus composiciones de entonces sobrepasan el mero ensayo. El severo Zelter, tras la ejecución de una ópera cómica, elevó a su alumno «en nombre de Mozart, Haydn y el viejo Bach» (es caracterí­stica la omisión de Beethoven), al rango de «compañero». Sin embargo, el padre del muchacho no sabí­a con seguridad si su hijo estaba suficientemente dotado para convertirse en un buen músico profesional. Para salir de dudas se lo llevó a Parí­s con la intención de conocer la opinión de Luigi Cherubini. El fallo que dio este último no dejó lugar a dudas: «Conseguirá mucho; en realidad, ya lo ha conseguido».