En el bicentenario del nacimiento de Felix Mendelssohn: Su tiempo II


Continuamos en esta columna rindiendo tributo a Felix Mendelssohn en su bicentenario y como homenaje a Casiopea, dorada y sublime esposa, primavera que vino a mi empapado de albas y luceros mi nostalgia. Vivo universo en que pierdo dulcemente y tierna flor en que se afirma mi alegrí­a.

Celso A. Lara Figueroa
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela A mi padre, maestro Celso Lara Calacán, con inmenso amor.

En una etapa posterior del compositor, destaca la presencia tí­picamente romántica del paisaje sobre la creación. Mendelssohn viaja en primer lugar a la Escocia de Walter Scott y de allí­ regresa con el famoso tema del primer movimiento de la sinfoní­a que recibirí­a luego el nombre de aquellas tierras y los bocetos de La gruta del Fingal. No tardará en entrar en contacto con Gí¶ethe, relación que se prolonga en Weimar, y de esta influencia surgirá la necesidad de viajar ahora hacia el sur, como harán los poetas ingleses, deseosos de aproximarse a un ideal de belleza clásico. También este viaje dará su fruto en forma de otra sinfoní­a, la célebre italiana que más adelante comentaremos. No obstante, toda esta suerte de escenarios nostálgicos, su carrera prosigue y es llamado por la Sociedad de las Juventudes Musicales de Leipzig para ocupar el cargo de Director. El joven romántico que acaba de cumplir veinticuatro años se ve obligado a asumir una importante tarea de auténtico funcionario, además de conductor, compositor y pianista.

El punto personalí­simo de romanticismo formalista, o sea de estructura clásica, ha inducido a establecer una muy singular comparación de su música con la dulzura de la pintura de Murillo. Es una comparación aparentemente insólita pero realmente atinada. Vuillermoz lo ha afirmado así­ cuando dice: «Muchos aficionados a la pintura estarán de acuerdo con ello y habrán de convenir que esta comparación nada tiene de peyorativo ni humillante, puesto que no es frecuente encontrarse con músicos que merezcan semejante homenaje.»

Este aserto es además doblemente válido por el gran número de obras de aliento religioso que alcanzó a componer Mendelssohn. Y en cuanto a la relación entre Félix y sus contemporáneos, podemos decir lo siguiente:

Mendelssohn es otro músico que, como Mozart, vive una existencia extraordinariamente fugaz; tan fugaz como fecunda. Sus contemporáneos son ya los grandes nombres del romanticismo musical. Su formación será, sin embargo, inicialmente clásica y rotundamente académica, por lo que sus influencias concretas las recibirá ante todo de los viejos maestros del siglo XVIII. Por una parte, pertenece al mundo refinado y delicadamente melódico de los operistas como Bellini y Donizetti, aunque por otra, posee ya una dimensión en profundidad semejante a Schumann. Su romanticismo tiene también raí­ces más clásicas por lo que, cuando realiza citas anecdóticas con motivo de sus viajes, ello adquiere un carácter mucho más poético que documental. Salvando las enormes diferencias de estilo y técnica, es en este sentido más afí­n al poematismo pianí­stico de Liszt. Ningún contacto existe en cambio con la fórmula popularista y colorista de un compositor casi contemporáneo alemán del todo con Mendelssohn, como es el ruso Mihail Glinka. Ello es debido a que el compositor alemán se encuentra anclado en parte en el fondo clásico que mencionamos, en tanto que el compositor ruso es el portador del nuevo mensaje de la renovación orquestal que acabarí­a por confluir en los grandes sinfonistas eslavos, como serí­a igualmente el propio Smetana respecto de la música en Bohemia.

El proceso de Mendelssohn alcanzarí­a más bien una continuidad hacia el estilo propio de Brahms, naturalmente mucho más severo y profundo en toda la extensión de la palabra. La auténtica proyección de Mendelssohn se concreta, en cambio, en el campo del oratorio y la cantata que florece por doquier durante la segunda mitad del siglo XIX. No existirá apenas compositor de aquella época que no posea en su haber, en un instante u otro de su carrera, una cantata o un oratorio que en el fondo no deba alguna contribución a la fórmula mendelssohniana. No en vano habí­a sido el redescubridor de J. Sebastián Bach de quien, a la edad de veinte años habí­a vuelto a dirigir La Pasión según San Mateo. Semejante modelo que no dejó de influir en él, acusa ciertamente, dentro de su fórmula clásica permanente, el alcance de un lirismo y un contenido humano que procede de unos tiempos que nada tienen que ver con los de Bach. La influencia académica que mencionamos puede decirse que acabó prolongándose incluso en ambientes de conservatorios oficiales hasta bien entrado el siglo XX.

De ahí­, pues, que los tiempos de Félix Mendelssohn sean tan importantes, y, aún más, su estudio merece un poco más que el mí­nimo espacio que le dedican las enciclopedias de la música y los tratados superficiales que sobre el compositor se han escrito. Las notas anteriores las basamos en los estudios de José Parramón y Jean Callois.