En el bicentenario del nacimiento de Félix Mendelssohn Su música (II)


En la columna anterior empezamos con la música de Félix Mendelssohn, del que hemos venido comentando aspectos relacionados con sus sinfoní­as, por estar celebrando el bicentenario de su nacimiento, y como homenaje a Casiopea, dorada y sublime esposa, primavera que vino a mí­ empapando de albas y luceros mi nostalgia. ¡Vivo universo en que me pierdo dulcemente y tierna flor en que se afirma mi alegrí­a!

Celso A. Lara Figueroa
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela A mi padre, maestro Celso Lara Calacán, con inmenso amor.

Las sinfoní­as

De las cinco sinfoní­as que escribió Mendelssohn, tan sólo las tres últimas se conservan hoy todaví­a llenas de vida aunque recientes grabaciones magnetofónicas han puesto en valor la primera y en particular la segunda sinfoní­a. La Sinfoní­a Escocesa, en la menor, Opus 56 (esbozada en 1829 y terminada en 1842), debe su nombre no sólo a la aclaración que hizo Mendelssohn sobre el hecho de que los temas principales de la obra se le ocurrieran durante un viaje a Escocia, sino también al influjo de la música popular escocesa el cual en el segundo tiempo se hace patente de una forma especial. Esta obra, dedicada a la reina Victoria, consta de cuatro tiempos, que se siguen sin interrupción.

I.- Andante con Moto. Allegro un poco agitato. Andante Andante come prima. La melodí­a del oboe, con la que comienza la obra, se encuentra también otra vez en el tema principal del Allegro y del tercer tiempo. II.- Vivace non troppo. Esta pieza pastoral está animada por el espí­ritu de la música popular escocesa; como es natural, se hace también mención de la gaita; esta pieza no tiene Trí­o. III.- Adagio. Tiempo lleno de poesí­a, que comienza con una variación sobre el primer Andante. IV.- Allegro vivací­simo. Allegro maestoso assai. En un principio Mendelssohn habí­a encabezado el Final como allegro guerreiro; más tarde no debió encontrar esta pieza tan guerrera como el tí­tulo y con razón, pues es, por el contrario, demasiado serena. También el Allegro maestoso muestra la influencia de la música popular escocesa.

Sinfoní­a Italiana, en la mayor, Opus 90 (1833). Refleja la época feliz en que Mendelssohn estuvo en el Sur (1830). El mismo pensaba que era la pieza más alegre que jamás habí­a escrito; en lugar del allegro se desata un movimiento más sereno.

I.- Allegro vivace. ¡Qué radiante alegrí­a de la vida se expresa en el primer tema de los violines; incluso el segundo tema interpretado por lo clarinetes es más enérgico y menos lí­rico que lo corriente. II.- Andante con moto. Según algunos intérpretes este tiempo debe reproducir una procesión de peregrinos. Frente a las corcheas staccato de los cellos y contrabajos, tocan unos oboes, fagotes y violas una antigua melodí­a alemana. La parte central algo más alegre está interpretada por el clarinete de Lí¤ndler y por consiguiente, una atmósfera nórdica; el Trí­o, disputado por fagotes y trompas, recuerda a Weber. IV.- Saltarello-Presto. Gracias a esta fogosa danza italiana se recobra el auténtico carácter meridional.

Sinfoní­a «De la Reforma», en re menor, Opus 107 (1830).- Aunque esta sinfoní­a es la tercera desde el punto de vista cronológico, se considera en general como quinta, porque apareció en el año 1868. Es una obra de circunstancias, escrita con motivo de la fiesta de la Reforma del año 1830.

I.- Andante. Allegro con fuoco. La lenta introducción está construida sobre un motivo rí­gido e inexorable, cuya bizarrí­a domina todo el primer tiempo. Como contraste, aparece el llamado Amén de Dresde, melodí­a que también utilizó Wagner en el «Parsifal» como expresión de la fe religiosa. II.- Allegro vivace. El tema de la primera parte de este Scherzo tiene afinidad con el tema de la «Sinfoní­a Escocesa»: en el trí­o reina el ambiente de Navidad. III.- Andante. Después de un recitativo instrumental se presenta el coral de Martí­n Lutero Un firme castillo es nuestro Dios. En el Allegro vivace, que le sigue, domina de nuevo la bizarrí­a de la Reforma: el coral luterano, expuesto por los trombones, forma el punto cumbre del triunfante Final.

En más estima que a las Sinfoní­as, tenemos a la «Obertura de las Hébridas». Opus 26 (1833), la cual reproduce, en forma concentrada, el contenido de la Sinfoní­a Escocesa. El acompañamiento con que comienza la pieza y que domina el conjunto, es de una originalidad sencillamente asombrosa; el segundo tema (cantabile de los fagotes y cellos) rivaliza con las más bellas melodí­as del «Sueño de una noche de verano»; el conjunto es, por lo que se refiere al ambiente, a la arquitectura y al contraste, de una perfección absoluta.