En el Altiplano Occidental nada ha cambiado


La nueva ruta hacia Huehuetenango corta antes de Sacapulas, un camino bien trazado sobre las ondulaciones montañosas con pasos que facilitan los derrumbes y sin una sola señalización. Por momentos parece como irse uno acercando al cielo cuando de pronto tropieza con la realidad de vivir en la tierra, la pobreza de los que ahí­ viven es notoria, viviendas desparramadas cuya única comunicación con el mundo son las veredas que se pierden montaña arriba hasta donde alcanza la vista.

Mario Castejón

Huehuetenango es ahora un poco más ciudad que hace cincuenta años. Lo que nos llamaba la atención cuando niños era su alumbrado que no era de posteado a la vista sino subterráneo, también los panqueques que serví­an en el Hotel Zaculeu. Hoy son cantidad los centros educativos, su comercio es pujante y hay espacio para todas las profesiones, sin duda es la ciudad más importante de Occidente después de Quetzaltenango.

Pensar en Huehuetenango es pensar en José Marí­a Reyna Barrios un amigo entrañable, de esos que yo llamo médicos de cuerpos y almas. Estudiábamos en el mismo libro para preparar los exámenes de la carrera de medicina y seguimos siendo como hermanos. Chema Reyna es uno de esos hombres que enaltecen a la profesión médica, fue un estudiante esforzado que trabajaba como visitador médico de una casa alemana para ayudar a sostener a su familia y era también de los buenos de la promoción, un hombre disciplinado que de niño vivió en Hamburgo y como que se le pasaron por ósmosis algunos genes de la raza teutona. Se graduó de médico en 1962 para entrar luego al INCAP y seguir, tiempo más tarde, hacia Huehuetenango en donde hasta el dí­a de hoy continúa sirviendo después de formar una bonita familia. Chema se casó con Marina Salguero que ha sido para el una esposa y compañera en todo el sentido de la palabra.

El doctor Reyna Barrios ha ganado dos veces el premio Nestlé al mejor trabajo de los Congresos de Pediatrí­a y también recibió la condecoración Itzamná, galardón del Colegio Médico por su ejemplar ejercicio profesional. Ha cosechado muchí­simos más reconocimientos pero lo más importante es que los merece. Gracias a su trabajo dando a conocer el uso del suero de rehidratación oral se redujo drásticamente la mortalidad infantil por diarrea y se puede decir que miles de niños le deben la vida. Su trabajo haciendo ver la eficacia de entrenar enfermeras auxiliares para suplir al médico en el área rural ha salvado muchas vidas, y eso que en forma inexplicable no ha tenido el apoyo que merece.

Saliendo de Chiantla subimos a Paquix, el mirador de los Cuchumatanes una de las cimas del mundo; allí­ el tiempo no ha pasado, quizás ayuda la majestuosidad de los montes y la panorámica de los volcanes y valles en donde cabe la mitad de Occidente. Bajando a los llanos, las aguas del Rí­o San Juan siguen corriendo cristalinas y heladas como cuando éramos niños, después de esconderse bajo la tierra en las cumbres del Chancol en lo alto de la sierra. Todaví­a en las madrugadas de diciembre y enero el agua brota de la montaña a punto de escarcha, igual que hace cincuenta años, el calentamiento del planeta no la ha alcanzado.

Continuando la ruta del antiguo camino a Nebaj están a la vista como cuando éramos niños, las cumbres del coyote, esos pinares solitarios en donde con suerte se escucha todaví­a su concierto de aullidos. La maravilla del asfalto acorta el tiempo a Sacapulas, el encuentro obligado con el Rí­o Chixoy que lame sus orillas para luego subir a las Verapaces y terminar en El Petén.

Regresando de Sta. Cruz, la ruta para Guatemala es más predecible. Cerca de la cabecera continúa San Sebastián Lemoa, como hace cincuenta años. La iglesia bien encalada en donde para la fiesta patronal al lado del Santo mártir atravesado por muchas flechas se montaba el baile de La Culebra. Nos llevaba mi padrino Don Carlos Garcí­a Fetzer a quien llamábamos el Tí­o Pepe, un hombrón del porte de John Wayne siempre vestido de blanco con botas federicas y amplio sombrero tejano que tení­a una finca allá por las selvas de Chicamán. Lo mejor de todo es que viajábamos en su Ford Roaster, un convertible modelo 32 de los que abatí­an el asiento de atrás para los acompañantes.

Después de Chichicastenango, apareció el estrecho puente del Molino, ahí­ en 1963 asesinaron a Jorge Carpio tenido entonces como el próximo Presidente de Guatemala; hoy, ni siquiera una placa alusiva señala el lugar. Más allá de Los Encuentros antes de Chimaltenango, pasamos el mismo desví­o que conducí­a al paraje de Los Chocoyos, el lugar en donde se embarrancó el Doctor Arévalo con una belleza del Ballet Ruso en 1946; Don Juan José tení­a tanto estilo que hasta sus propios crí­ticos hablaron poco del hecho, lo envidiaron.

De regreso a la rutina diaria, empiezo a recordar aquellas maravillas con algo del poema de Dieguez Olaverri » A los Cuchumatanes» : Oh cielo de mi patria…Oh claros horizontes?Oh azules Oh altos montes, Oí­dme desde aquí­. El alma mí­a os saluda cumbres de la alta sierra, murallas de esa tierra donde la luz yo ví­?