En efecto, no hay salida


Algunos lectores, al comentar en la edición electrónica el editorial de ayer sobre las dificultades para una reforma constitucional, decí­an que esa nota parecí­a un remedo de aquella vieja expresión: «Que nos coma el león». En efecto, lo que decí­amos en el editorial es que no vemos salida a la crisis institucional para refundar el Estado fallido en nuestra Guatemala, puesto que desafortunadamente ni los polí­ticos ni la llamada sociedad civil asumimos ningún papel para iniciar una transformación que nos permita salir de esa tremebunda fragilidad de las instituciones nacionales.


Lo que estamos haciendo es poner sobre la mesa de discusiones una realidad que no se puede ocultar y que tiene dos premisas totalmente válidas. La primera es que hay una profunda crisis del Estado y sus instituciones que demanda cirugí­a mayor como único remedio. La segunda es que quienes podrí­an hacer esa cirugí­a mayor son los polí­ticos que únicamente se preocupan por el derecho de su nariz y no tienen interés ni capacidad para ocuparse de los intereses nacionales. Una reforma constitucional, sea por la ví­a del Congreso o por la de una Asamblea Nacional Constituyente, pasa por los partidos polí­ticos actuales y sus dirigentes, sea porque ya tienen representación en el Legislativo o porque serí­an los únicos que podrí­an postular candidatos a una Constituyente. ¿Se atreve alguien a refutar la tesis de que encomendar a los mismos una reforma constitucional serí­a suicida? Se menciona como alternativa empezar a cumplir con la Constitución actual que funcionarios y particulares pisoteamos de diversas maneras, pero cómo podemos forzar a su cumplimiento si los que han jurado cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes son los primeros que las incumplen de manera descarada, sembrando el ejemplo entre la población de que es estúpido acatar normas porque lo que verdaderamente rinde y da ventaja es aplicar la ley del más fuerte y hacer las cosas de manera arbitraria. Y no habrá salida mientras los guatemaltecos no asumamos nuestra ciudadaní­a y nos decidamos a ser partí­cipes del cambio, puesto que en buena medida es nuestra indiferencia la que facilita que los poderes fácticos se adueñen de la institucionalidad. Ejercer ciudadaní­a empieza por cumplir con nuestros deberes, pero también demanda reclamar con entereza nuestros derechos y en ambas asignaturas mostramos rezagos muy grandes. El problema de Guatemala no se resolverá hasta que nosotros, los guatemaltecos, entendamos que nadie puede dejar de participar en la búsqueda de soluciones y en su implementación. Nuestra intención es evidenciar el problema para que colectivamente busquemos soluciones. La palabra no la tiene la Prensa, sino que la tiene la sociedad guatemalteca que se está suicidando por no ejercer ciudadaní­a.