En defensa de la desigualdad


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Por creación divina o por los resultados de un milenario y complicado proceso evolutivo la población del mundo de hoy está compuesta por personas de la más diversa apariencia física, de una floreada capacidad intelectual y de distintas cualidades y habilidades motrices, mentales y morales. Esta diferenciación en el mundo es talvez la principal característica que hace al ser humano identificarse y diferenciarse como tal.

John Carroll


Hemos avanzado a través de los siglos superando, estudiando y comprendiendo estas grandes diferencias entre nosotros para llegar a acuerdos que nos permitan vivir en relativa paz y progreso.
No creo que ayude en nada señalar a la desigualdad como la base de nuestros problemas porque si lo que pretendemos resolver o encaminarnos a resolver está centrado en que nuestros miembros de la sociedad vivan más y mejores vidas, de nada puede servir el analizar la desigualdad como un problema base a resolver.  Si es que la desigualdad es un problema, más bien pienso que se trata de un problema de resultado y no de un problema de origen.  No es por la desigualdad que tenemos problemas sino que tendemos a ser diametralmente desiguales por los problemas que acarreamos de raíz.
Viene a colación mi comentario derivado de la entrevista que hace unos días el Ministro de Desarrollo Internacional de Noruega le otorgó a un diario local.  El señor Heikki Holmas, miembro del Partido Socialista de Izquierda (SV por sus siglas en noruego) y columnista colaborador a un autodenominado periódico comunista de aquel país, tiene a bien darnos su receta para salir del subdesarrollo.  Casualmente su receta se basa en dos condiciones fundamentales y repetidas hasta el cansancio como la raíz del problema de países como el nuestro: 1. La desigualdad y 2. Las bajas tasas impositivas.  Tengo años de estar escuchando estos dos argumentos vacíos  y cada vez que puedo los trato de refutar con razonamiento y en esta ocasión me ocupo únicamente del de la desigualdad.
Como al inicio de este artículo explicaba, la desigualdad no es más que el resultado natural de personas desiguales –en todas sus dimensiones– actuando entre sí.  Este es de hecho el reflejo de un principio fundamental de algo en lo que creería la mayoría del mundo de hoy está de acuerdo. La libertad de ser, de actuar, de trabajar,  de generar,  de intercambiar de la manera que cada uno escoge siempre y cuando no atropelle las libertades de otros. Es por eso que la desigualdad material, que es a la que el político noruego se refiere, es la consecuencia lógica de la misma diversidad humana.
Hay que ser claros que el objetivo es desarrollarnos, por lo que tener una sociedad sin ricos no es el fin que buscamos, lo que buscamos en cambio es tener una sociedad sin pobres y eso no se logra eliminando a los ricos o transfiriendo riqueza de los ricos a los pobres sino necesariamente creando más riqueza. A Dios gracias desde hace años se comprobó que el juego de la economía y la riqueza no es de suma cero sino por el contrario podemos hacer crecer el pastel de manera que todos tengamos oportunidad de comer un pedazo, no del mismo tamaño para todos, porque forzar esa situación por decreto o por decisión de una mayoría sabemos, por experiencia, que nos llevará a desestimular totalmente el esfuerzo y uso eficiente de la maravillosa desigualdad humana. ¿Qué caso tendría que yo me esfuerce más que otro si el premio será el mismo para todos? ¿Qué caso tendría explotar eficientemente, mis habilidades, mi apariencia y mi comportamiento si los resultados serán siempre ajustados por la arrogante mano de la redistribución?
Si no existiera la desigualdad el progreso humano simplemente no sería posible, celebremos entonces la libertad que aún tenemos de ser desiguales.