En un momento en que la Iglesia Católica se debate entre los escándalos de pedofilia y la caída del número de fieles, el Papa se encontrará el sábado en Santiago de Compostela con los peregrinos del Camino, una tradición cristiana más popular que nunca.
El camino de Santiago, que culmina en las callejuelas adoquinadas de Santiago de Compostela, atrae a un número creciente de visitantes.
No se trata solamente de cristianos en busca de salud religiosa: desde hace algunos años, un número creciente de no creyentes lo recorren en busca de una renovación espiritual.
«Hay en nuestra sociedad un vacío de valores morales. En nuestras sociedades occidentales las personas buscan algo (…) que sea capaz de llenar de algún modo esos vacíos», considera Jenaro Cebrián Franco, canónigo delegado de peregrinaciones de la Catedral de Santiago.
«La gente que busca sentido a su vida experimenta el camino», analiza este sacerdote 76 años, quien afirma que podría contar «infinidad de experiencias» de gente que tuvo un despertar espiritual o religioso durante su marcha.
Cuando se habla del Camino de Santiago no se habla de un camino, sino de varios que parten desde Francia o España con destino a Santiago, donde se dice que en su catedral reposan los restos del apóstol Santiago.
En la región de Galicia, en el noroeste de España, Santiago de Compostela, –que atrae a los peregrinos desde hace más de mil años– es considerada como el tercer lugar santo del mundo católico, después de Roma y Jerusalén.
Según el padre Jenaro, las visitas de Juan Pablo II a Santiago de Compostela en 1982 y 1989 dieron un nuevo impulso e interés al peregrinaje.
En 2004, el último año compostelano, que tiene lugar cada vez que la fiesta de Santiago, el 25 de agosto, cae en domingo, atrajo a casi 180.000 peregrinos.
Y desde el comienzo de 2010, también año santo, cerca de 260.000 personas ya emprendieron el peregrinaje.
Una cifra que seguramente aumentará con la visita de Benedicto XVI que celebrará la misa ante unos 7.000 fieles en la gigantesca plaza Obradoiro, en el exterior de la Catedral.
A su llegada al centro del padre Jenaro, los peregrinos están agotados, pero exultantes. Algunos llegan arrastrándose, con los pies llenos de callos, mientras que otros llevan con dificultad su mochila.
Hacen cola, a veces durante horas, para recibir la Compostela, un certificado que prueba que caminaron los últimos 100 kilómetros del peregrinaje o, si lo hicieron en bicicleta, pedalearon al menos los últimos 200.
Con su certificado en mano, algunos hacen otra vez cola, esta vez para besar la estatua de Santiago en la Catedral.
Entre la multitud, no todos son verdaderos cristianos, y otros ni siquiera lo son.
Entre 2004 y 2009, el porcentaje de peregrinos que emprendieron la aventura por razones estrictamente no religiosas, pasó de 5,61% a 9,81%.
Entre ellos, Julien Jouanolle, de 23 años, que decidió hacer el camino tras haber leído el libro del brasileño Paulo Coelho y perder su empleo.
«Era una especie de viaje conmigo mismo, un medio de atenuar las cosas», relata después de realizado el periplo. Con su amigo también desempleado recorrió los 777 kilómetros que separan Santiago de Saint-Jean-Pied-de-Port, en el País Vasco francés.
Incluso hay católicos para los cuales la experiencia no es sólo religiosa. Anna Cosin, farmacéutica de Madrid de 52 años, ha caminado 115 kilómetros. «Es un esfuerzo y una recompensa». El aspecto religioso está «en segundo plano», comenta.
Otros lo ven como un desafío deportivo o para encontrarse con gente que comparte su visión del mundo.
En el camino la gente está «dispuesta a ayudar, a compartir, en una sociedad que vive en una insolidaridad grande, en una incomunicación grande», añade el padre Jenaro.
Luis Real, fotógrafo español de 62 años y agnóstico, relató que él y sus 12 amigos marcharon y pedalearon hasta Santiago a lo largo de 267 kilómetros, simplemente porque les «gusta el deporte.»