La preocupación existente entre los políticos frente al obvio y evidente malestar de la población por los últimos escándalos que han terminado por hacer añicos la imagen del Congreso, máximo foro de la representación política del país, hace que algunos de ellos estén pensando en acciones para lograr un reacomodo que les permita salir del atolladero en que ellos mismos se metieron, sea por acción o por omisión al permitir que sus colegas hicieran micos y pericos.
Los más sensatos e inteligentes piensan en cómo aplacar la ira popular y lo que les viene a la mente es la posibilidad de realizar una reducción del número de diputados que sirva, de paso, para implementar alguna depuración que haga a un lado aquellos rostros más manchados. Sin embargo, conforme pasan los días se hace evidente que el reacomodo parece insuficiente a una población que se resiente de la forma en que fue abusada en su representación y porque se empieza a ver que depurar y reacomodar no es más que dejar que sean los mismos políticos de siempre los que se acomoden la pelota para seguir jugando con ella.
Desde 1985 la población ha alentado esperanzas de construir una efectiva democracia y por ello es que desde entonces a nuestros días nos mantenemos pensando que estamos viviendo la transición que nos permita llegar a esa feliz condición. Sin embargo, sucesivos momentos que hemos tenido para componer las cosas y reparar errores cometidos se han desperdiciado lamentablemente porque dejamos que fueran los políticos de siempre los únicos con voz y voto para decidir y fijar las reglas del juego.
El primer gran desperdicio se dio cuando Cerezo dejó pasar la oportunidad de construir esa nueva sociedad y justificó en la existencia del conflicto armado el escaso avance democrático. El segundo gran momento fue cuando Serrano se fue del país y la sociedad pudo reconstruir las reglas del juego para abrir verdaderos espacios democráticos, pero los que rodearon a Ramiro de León Carpio se contentaron con una reforma cuyo objetivo central era llevar agua a ciertos molinos, especialmente financieros.
Luego la firma de la paz ofreció oportunidades que también se desperdiciaron y la última gran oportunidad fue cuando tras los escándalos de corrupción del FRG y Portillo, no hicimos nada más que votar en contra de ellos, pero sin cambiar nada de la estructura que siguió intacta al servicio de la corrupción.
Hoy estamos tan hartos del sistema como en las ocasiones mencionadas pero tan perdidos como entonces en cuanto a soluciones viables, concretas y efectivas. Por eso el reacomodo parece lo más probable para que todo cambie sin que en el fondo nada cambie.