En busca de la utopí­a


La mayor parte de los guatemaltecos anhelamos un cambio para el paí­s, soñamos con más oportunidades, mejor educación, seguridad, salud y bienestar en general. El problema es que no sabemos cómo lograrlo y nos ahogamos en problemas que nos resultan viejos e imposibles de solucionar. Deseamos en el fondo de nuestro corazón un milagro e ignoramos que ese mundo mejor sólo nosotros podemos realizarlo.

Eduardo Blandón

La solución somos todos, no hay fórmulas mágicas ni misteriosas. La transformación del paí­s proviene de la decisión de cada uno por hacer bien las cosas, trabajar inteligentemente, con sentido de economí­a y tratando de ser responsables en todos nuestros campos de acción. Pero no de manera aislada, atomizada y con egoí­smos, sino teniendo una idea de grupo, nación y comunidad. Solos no vamos a ninguna parte, nos perderí­amos, necesitamos unirnos (al menos en espí­ritu) y esforzarnos por construir un mundo mejor.

Es urgente, si fuera posible, organizarnos y construir redes sociales que nos permitan crecer y superarnos. Eso exige aprender a vivir en grupo, respetar al otro, cultivar sentimientos democráticos y permitir la apertura y la libertad de expresión. Nada de esto es posible si en las organizaciones hay prácticas autoritarias, intolerantes e impositivas. Hay que vivir con la convicción de que el otro es riqueza y posibilidades sin lí­mites que deben explotarse para beneficio de la comunidad.

En la construcción de un mundo más humano es vital también aprender a dialogar y extender redes que faciliten la comunicación. Hay que abandonar fundamentalismos y posiciones extremas que minen el intercambio. Poner como base la racionalidad del discurso es fundamental. Pretender cambiar el paí­s desde posiciones en donde un pequeño grupo de iluminados se creen propietarios de la verdad es fantasioso y, a mi manera de ver, una utopí­a absoluta. Por eso es que es tan peligrosa la mezcla entre religión y polí­tica.

No basta con querer un mejor paí­s y soñar con una Guatemala mejor si no hacemos cada uno lo que nos corresponde y creamos lazos que nos permita dirigirnos hacia nuestra patria de ilusión. Se necesita ser efectivos y creativos, pero sobre todo ciudadanos de acción. Hay que dejar los sueños que nos distraen y ponernos a trabajar hoy, aquí­ y ahora, para, luego de fijarnos la meta, diseñar la estrategia para alcanzarla lo más pronto posible. El futuro no le compete hacerlo sólo a los polí­ticos, sino a nosotros mismos.

Si dejamos el mundo en manos de los polí­ticos seguiremos como estamos. La experiencia ha demostrado que de sus manos no ha salido nada bello, son malos artistas, pésimos soñadores, malos administradores y no tienen noción alguna de buenos hábitos y costumbres. Hay que permitir que sigan trabajando, pero la ciudadaní­a también tiene que participar y convertirse a la vida pública. No basta con su trabajo de ocho horas diarias, hay que dejar espacios de actividad pública que ayuden a generar propuestas y ser miembros vitales del desarrollo del paí­s.

Cambiar de mentalidad respecto no a lo que queremos del paí­s (que en esto creo que coincidimos muchos), sino a la manera de cómo conseguirlo a través de nuestro compromiso activo cotidiano, es de trascendencia. Mientras no nos convenzamos de la urgencia de la proactividad y trabajo unido, seguiremos como hasta ahora: soñando, anhelando, esperando el dí­a imposible.